El académico del Instituto de Química de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso habla sobre la situación de contaminación que se vive en la bahía, en el cuarto capítulo del ciclo de entrevistas “¿Cómo enfrentar la crisis climática?”
La situación de contaminación en la zona de Quintero-Puchuncaví es una consecuencia de más de 50 años de operación de industrias diferentes en el sector y si bien el concepto de “Zona de Sacrificio” no existe como tal en las definiciones académicas, para el docente del Instituto de Química de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), Waldo Quiroz, esta bahía encaja en ese término, por la asimetría entre lo que entrega y lo que recibe a cambio.
Esto lo explica y profundiza, aclarando que -según su criterio- no es una zona que reciba compensaciones por las actividades productivas que ha cobijado, que le han generado como consecuencia contaminación atmosférica y del suelo que implican soluciones a 20 o 30 años. Ello, en el cuarto capítulo de “¿Cómo enfrentar la Crisis Climática? Ciclo de conversaciones de El Observador con expertos PUCV”.
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– ¿Estás de acuerdo con el término “Zona de Sacrificio”, que parece tan estigmatizante?
“Académicamente hablando, el término no existe. Sin embargo, creo que a nivel del lenguaje común, es un concepto que está justamente aplicado, porque hay que entender que la actividad industrial tiene una doble cara: por un lado, aporta beneficios económicos y materiales a la sociedad -desde la Revolución Industrial que los indicadores humanos han subido notablemente-, pero la industria primaria, que procesa materiales primarios, es altamente contaminante y los beneficios de esta actividad industrial no se ven plasmados en la zona. Sin embargo, los perjuicios, sí. Por ejemplo, podríamos compararlo con otras zonas del país que reciben los perjuicios de esta actividad, como en el norte, la Región de Antofagasta, pero reciben también los beneficios económicos. Si vamos a los indicadores sociales que tiene el eje de Quintero-Puchuncaví, son malos. Incluso, comparados con nuestra región. Si nos vamos al PIB per cápita, delincuencia, resultados educacionales, violencia, en todos estos indicadores esta zona es inferior. Entonces, efectivamente, es sacrificio. En Antofagasta, por ejemplo, hay uno de los ingresos per cápita más altos del país y los niveles de desempleo son bajos”.
– ¿Crees que sólo conocemos la superficie del problema, que se habla más con consignas y con poca información de fondo?
“El tema se ha transformado en una herramienta política que ha tergiversado la complejidad del problema. Cuando tú vas a los orígenes de los problemas ambientales a nivel mundial, éstos comenzaron con la Revolución Industrial, pero también, hay que entender por qué se inició este proceso histórico. O sea, esta visión romántica de la sociedad pre-industrial, como que estábamos en equilibrio con la naturaleza, que nos proveía de comer y que éramos felices por mucho tiempo, no tiene ningún arraigo con los datos. El 90% de la población estaba desnutrida, la expectativa de vida eran 30 años. Las estadísticas muestran que, hoy, menos del 10% de la población mundial está en desnutrición. Todavía nos queda mucho por desarrollar. Entonces, lo que uno trata de hacer como sociedad, al menos eso ha hecho la sociedad occidental, es tratar de mantener este desarrollo que nos ha salvado la vida, nos ha
extendido la vida, pero que no ponga en peligro la sustentabilidad del desarrollo futuro. Es súper fácil dar respuestas simples, decir que tenemos que ir en contra de las industrias o hay que erradicarlas. Quienes dicen eso, que propongan soluciones para ver cómo alimentamos, damos refugio y abrigo a la
gente, tratando de hacer el menor daño al medio ambiente, sin perjudicar el desarrollo de las generaciones que vienen”.
– Pero, en relación a la contaminación, ¿cuál es la situación actual, real, de la bahía de Quintero y Puchuncaví?
“Esto llegó a un peak no ahora, sino en los años 90, que fue cuando se empezaron a implementar los primeros planes grandes de descontaminación, para controlar las emisiones de dióxido de azufre y material particulado. Pero el daño acumulado que han tenido esas zonas es tan grande que no quiere decir que esta zona está recuperada. Está en estado de latencia, altamente contaminada, todavía se siguen emitiendo contaminantes que generan niveles de contaminación de todo tipo, por sobre las recomendaciones de la OMS. También hay que decir que es efectivo que las normas se han vuelto cada vez más rigurosas y se han bajado los niveles máximos permitidos en algunos contaminantes. Junto con ello, advertir que hay ciertas recomendaciones OMS que aún no son viables, porque no está la tecnología para ello. Además, hay que tener una visión realista de esto: como seres humanos, hemos aceptado cierto tipo de contaminación a cambio de los bienes y servicios que nos ofrecen las industrias. El ejemplo más claro son los automóviles. Hemos aceptado que nos intoxiquen -hasta cierto nivel- por tener una mayor movilidad y libertad, porque nadie quiere tener un mundo sin automóviles. Entonces, todas las normas que se han aplicado al parque automotriz han sido lo más rígidas posibles, sin llegar al extremo de prohibir los automóviles. Y respecto al tema de Puchuncaví, el otro punto que yo siempre trato de marcar -a pesar que me acusan de ser muy pesimista- es que la contaminación atmosférica no es la única que hay en la zona. Aquí hay contaminación de suelos y sedimentos, que a diferencia de la atmosférica, es una contaminación que se acumula, no se disipa”.
– ¿Y qué tipo de químicos podemos encontrar en el suelo y los sedimentos?
“Hay cosas que están y otras que uno supone que existen, pero nadie las ha monitoreado. Tanto el suelo como el sedimento se consideran como el reservorio de los contaminantes, lo que quiere decir que lo que va a parar al agua, gran parte termina acumulándose en sedimento. Lo que va a parar a la
atmósfera, gran parte de esto cae a los suelos. Por lo tanto, reflejan la memoria de la contaminación de años o décadas. En general, en los suelos, lo que
va a parar ahí es material particulado, que contiene contaminantes orgánicos, algunos de ellos cancerígenos; metales pesados, que muchos de ellos
son bastante tóxicos, como el mercurio, arsénico, cadmio, plomo, entre otros. En el caso de los sedimentos, es prácticamente lo mismo, con una química un poquito distinta, pero hay estudios que muestran que los niveles de cobre, de plomo son altísimos en los sedimentos. Entonces, si yo cierro las industrias, esa contaminación no va a desaparecer en tiempos de vida humanos. Se disipa a escalas de varias generaciones, salvo que exista alguna tecnología que remueva eso, pero hasta donde yo sé, no hay una tecnología que sea factible de aplicar para remover esa contaminación”.
– Entonces, ¿cómo se soluciona este problema?
“La respuesta a la pregunta siempre dependerá de la escala de tiempo. Si tú me dices que a un año, no veo cómo. Ni a cinco años. Cuando tú ves los casos exitosos de lugares habitados altamente contaminados, con gran actividad industrial, que han logrado limpiar la ciudad a niveles aceptables, como en Tokio, lo hicieron con políticas que implican, por ejemplo, cambiar a las industrias de lugar y poner restricciones cada vez más rígidas a lo largo
del tiempo para industrias que sí podían adaptar su tecnología y emitir menos. Sumado a todo un tema de reciclaje, de higiene, pero estamos hablando
que Japón lo logró después de casi 50 años”.
A continuación, la entrevista completa en video: