Por María Isabel Robles, directora técnica nacional Hogar de Cristo
Una de las claves más importantes para garantizar la recuperación e inclusión de una persona con discapacidad mental, no está solo en el tratamiento o farmacología, ni necesariamente en las terapias de los profesionales, está en el reestablecimiento de sus vínculos. En el fortalecimiento de las redes que les son significativas, de las relaciones interpersonales y comunitarias.
Esta es una de las principales confirmaciones y hallazgos del trabajo que desarrollamos como Hogar de Cristo dentro de la serie Del Dicho al Derecho, cuyo título es “Trayectorias de Inclusión para Personas con Discapacidad Mental en Contexto de Pobreza y Vulnerabilidad”.
El trabajo contiene testimonios tomados de 28 entrevistas hechas a hombres y mujeres con diversos tipos de trastornos, tanto psico-sociales como cognitivo-intelectuales, y distintos grados de dependencia desde leve a severa.
Leerlos, sopesarlos y actuar en consecuencia es en sí mismo un paso hacia la esquiva inclusión. “Mire, a mí me falta en la vida más… más amistad. No tengo amigos, los tuve… Lo que pasa es que tomé remedios, me dio otra mentalidad. No soy el mismo, las pastillas le cambian la personalidad de uno”, dice un hombre de 52 años. Una mujer de 30, explica: “Desde que me enfermé, me he excluido un poco de la sociedad, como se dice. Antes era más amistosa, me juntaba gente. Me enfermé y la gente desapareció”. Otra, de 35, dice: “Ella, por cualquier cosa me pegaba, es que le daba vergüenza tener una hija que se transformó. Usaba una palabra que todos siempre usan… loca. Después, mis papás me echaron a la calle. Y pasé en la calle como siete meses”.
Pese a los avances que se han producido en este ámbito, y a que la evidencia y la experiencia demuestran que la falta de interacción con el medio social, es un elemento relevante en la generación de discapacidad en las personas, sigue siendo la discriminación un importante impedimento para una inclusión efectiva de este grupo. En nuestro pais aún persiste la creencia de que están fuera de la realidad, que son como niños o niñas o que se trata de personas “violentas” con las cuales no es posible comunicarse adecuadamente. En la mayoría de los casos, estos prejuicios o desconocimiento nos lleva a tener muy pocos puentes de encuentro, a rechazarlos y, de esta manera, marginarlos de la vida social y comunitaria.
Esa discriminación puede ser sutil, cuando toma formas paternalistas o infantilizadoras, o estigmatizante, porque aún perduran temores y prejuicios infundados. De ahí la importancia del lanzamiento de este estudio y del seminario que lo acompaña. Pasar del dicho de la inclusión y el respeto a la dignidad de las personas con discapacidad al real ejercicio de sus derechos es lo que busca contribuir a lograr este trabajo. Lean con especial atención los 28 testimonios que contiene, ya que rezuman el dolor de sentirse fuera.