Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Lo recuerdo con asombro hasta el día de hoy. Fue hace 54 años, un día 20 de julio. Estábamos en el living de la casa, con esos televisores de pantalla grande, blanco y negro, sentados en la orilla del sillón de pura emoción, atentos a un suceso que cambiaría la historia del hombre. Estaba toda la familia reunida, esperando que pasara lo que la transmisión anunciaba: que una nave espacial aterrizaría en la Luna.
Hasta ese día toda la historia del hombre había ocurrido en la Tierra. Todas las grandes civilizaciones, los inventos y los desarrollos como sociedad los habíamos hecho en nuestro propio y único planeta habitado y conocido en todo el ancho cosmos.
Mirar una noche estrellada era maravilloso si nos imaginábamos que en cada luz pudiera haber vida, sin embargo, a contar de 1957, ya no fue sólo la mirada, sino que una nave soviética, el recordado Sputnik, salió a recorrer el espacio. Cuatro años después fue Yuri Gagarin que en su nave dio una vuelta alrededor de la Tierra. Si había alguna carrera espacial, la iban ganando los rusos.
Para no quedar en menos, los norteamericanos apuraron el paso en los temas espaciales y lanzaron la famosa nave Apolo 11, que en ese glorioso día 20 de julio de 1969, se posó sobre el Mar de la Tranquilidad. Abrió una escotilla y salió Neil Armstrong, que puso una enorme bota sobre el suelo lunar, dejando marcada su huella. Después salió Buzz Aldrin y también caminó. Luego bajaron una especie de jeep lunar y recorrieron parte de ese territorio jamás explorado por el hombre.
Había ocurrido uno de los más grandes sucesos de la Humanidad. Nosotros, en el living, sin darnos cuenta, estábamos presenciando esa llegada, viendo la superficie de la Luna, observando como flameaba la bandera de Estados Unidos y la manera como se había posado la nave.
De pronto nos dimos cuenta que lo increíble era que lo estábamos viendo. Y que mucho más importante que el hombre llegara a la Luna, lo grandioso era “verlo” llegar a la Luna. Eso era lo asombroso, lo que nos costaba aceptar.
Mucha gente nunca creyó lo que había visto. Incluso pensó que era una película y que los gringos nos habían estafado a todos. Lo razonable y lo creíble es que la tecnología de la época le permitiera al hombre llegar a la Luna, pero lo que no era creíble, lo que parecía imposible, era que eso lo pudiéramos ver sentados en el living de nuestra casa, al igual que 600 millones de seres humanos, repartidos por todo el planeta, que miraban estupefactos la gran hazaña tecnológica que significaba ver y escuchar a los astronautas conversando con las oficinas de la Nasa en Cabo Cañaveral.
Desde ese día el mundo cambió. Hoy vivimos la era de las comunicaciones justamente por ese milagro tecnológico que nos permitió ver imágenes y escuchar voces desde la Luna, hace justamente 44 años.
Neil Armstrong reafirmó la visión romántica de La Luna, diciendo que era hermosa, pero el otro caminante de la Luna, Aldrin, la consideró “desolada, completamente sin vida. No era bella. Realmente no había mucho aparte de sombras grises y un horizonte negro”. Buzz Aldrin, hasta hace unos años, trabajaba en investigaciones para establecer una colonia en Marte.
La Luna seguirá teniendo ese lado oscuro y ese lado romántico, regalándonos esa luminosidad que alumbra en las noches, como la mejor demostración del contraste que ella les dio a sus primeros caminantes.
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