Cómo no celebrar el triunfo de “Una Mujer Fantástica” en los Premios Óscar. Primero, porque a diferencia de otros premios, el Óscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa (o Mejor Película Extranjera) se otorga al país, pese a que es recibido por el director del filme, en este caso, Sebastián Lelio.
Eso no significa que no sintamos orgullo por los logros del porteño Claudio Miranda, Óscar a la Mejor Fotografía por “Life of Pi” (2012) y de Gabriel Osorio y Patricio Escala, Óscar al Mejor Cortometraje Animado por “Historia de un Oso” (2016). También los sentimos nuestros, pero esa característica específica, establecida en los reglamentos de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, convierte a la estatuilla del domingo en un premio para Chile.
Siendo riguroso, es un Óscar solo para una parte de Chile. Porque a pesar de que la alegría es amplia y otros tantos se subieron al carro de la victoria a última hora, fueron miles los que jamás empatizaron con la historia del personaje principal “Marina Vidal”, representada por la talentosa actriz y cantante lírica Daniela Vega Hernández. Tampoco con la vida de la intérprete, que según declaró el director, fue “la inspiración de esta película”.
Y es que el problema con Daniela parece ser su condición de mujer transgénero. Dicho en palabras simples, ella nació hombre, pero a pesar de su biología, se percibe y reconoce con una identidad de género femenina. Se reconoce mujer, en un proceso paulatino a lo largo de su vida, que se denomina transición y que puede incluir desde cambiar su vestuario y apariencia, hasta procedimientos médicos de diverso tipo. Una parte de Chile, conservadora y con riguroso apego a ciertas concepciones de tipo religioso, ve esto como una aberración e incluso, como una enfermedad mental. El propio Presidente Electo Sebastián Piñera habló durante la campaña de “disforia de género que se corrige con el tiempo”, aludiendo a un trastorno psiquiátrico.
Pero el proceso de transición no es antojadizo y cuenta con el respaldo y validación de médicos, psicólogos y psiquiatras. A sus 28 años, Daniela Vega no se va a “corregir”. Ella es feliz con la vida que lleva, se siente y es una mujer, independiente de los ataques que recibió las semanas previas a la premiación y del interés de muchos en las redes sociales, principalmente varones, por debatir respecto a qué lleva la actriz entre sus piernas.
En esto radica el segundo gran valor del Óscar para “Una Mujer Fantástica”. Además de ser artísticamente una gran película, en términos de realización e interpretación -como lo refrendó su Premio Óscar- es un hito de validación de un tema sensible, delicado y humano, que se ha venido discutiendo con énfasis los últimos años, aunque con un lento avance. Y es que a las personas trans no solo se las discrimina, insulta, rechaza, golpea y hasta mata. También se les impide usar su nombre social, primer paso fundamental para su aceptación y respeto.
El 2013 en el Congreso comenzó a debatirse un proyecto de ley que “Reconoce y da Protección al Derecho a la Identidad de Género”, actualmente en tercer trámite constitucional y con incontables modificaciones, principalmente impulsadas por los sectores políticos más conservadores, que dicen ver en él una amenaza para sus hijos y para su fe, porque “Dios nos creó hombre y mujer”.
Vale la pena señalar que, salvo excepciones, prácticamente toda Europa, Norte y Sudamérica, además de la mitad de los países de Centroamérica y Asia, y 14 de África, aceptan legalmente -con más o menos trámites- que una persona cambie su nombre y su sexo registral, es decir, el de la partida de nacimiento. Chile exige para ello una compleja tramitación, cirugía incluida, que los grupos pro diversidad sexual no aceptan, por considerarlo patologizante.
La Ley de Identidad de Género es un compromiso pendiente de la Presidenta Michelle Bachelet, a pocos días de entregar el mando. Y para ejemplificar su importancia, basta decir que Daniela Vega, nuestra hermosa y glamorosa presentadora en los Óscar, viajó a la ceremonia con un pasaporte con su nombre masculino, que no ha querido revelar, porque representa el pasado. Uno con “golpes, amenazas y violencia”, confesó.