Un verdadero crimen de película

Publicado el at 6:49 pm
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Por Roberto Silva Bijit

Hace 21 días que el periodista Jamal Khashoggi ingresó a la embajada de Arabia Saudita en Estambul y nunca más salió de ese lugar.

Se trata de un periodista muy crítico del gobierno saudita, que ha cuestionado especialmente el actuar del príncipe heredero, que ya asumió buena parte de las funciones que le dejó el rey, que es su padre. Es decir, son críticas a un rey muy poderoso, que nada lo limita en la vida, porque con el dinero cree que puede conseguirlo todo.

Las versiones sobre la muerte son claras. Dieciocho funcionarios de seguridad saudita, que viajaron en dos aviones distintos, ingresaron a la embajada después del periodista. Lo habrían asesinado, cortado en pedazos o licuado en ácido, para sacarlo desde la embajada.

El periodista había ingresado a la embajada a pedir un certificado de su estado civil, porque al día siguiente se casaba con su novia turca. Antes de entrar le pasó sus dos celulares y le dijo que si no salía pronto, pidiera auxilio por esos teléfonos. Ella esperó 11 horas en la embajada y su prometido nunca salió.

Un elemento que tiene a todos en estado de alerta es que el periodista usaba un reloj muy moderno, que graba sonidos e imágenes y las lanza al exterior, que sería lo que habría ocurrido, por lo tanto, las versiones de Arabia Saudita, acusada de cometer este asesinato, se topan con una probable versión en línea de lo que estaba pasando en la sala de la embajada donde lo mataron.

Después de más de dos semanas, por encargo del Rey, Arabia Saudita respondió que el periodista murió en una pelea al interior de la embajada, pero todavía no entregan el cuerpo ni se refieren para nada al lugar donde podría estar. Agregaron que destituyeron a un alto funcionario de seguridad y que tienen detenidos a los 18 agentes de seguridad que viajaron por el día a Estambul, presuntamente a cometer el crimen, presuntamente por encargo del nuevo Rey, que está “muy incómodo” con las críticas a su gestión. La última tontera de los sauditas es mostrar un video de seguridad en que una persona igual al periodista, vestido probablemente con su propia ropa (¡pero con otros zapatos!) sale de la embajada e incluso se pasea por varios lugares concurridos de la bella y misteriosa ciudad de Estambul.

Aunque por temas comerciales Trump está silenciado, ya están acusando a Arabia Saudita el gobierno alemán, la Comunidad Europea y muchísimas organizaciones internacionales. Pero especialmente preocupado ha estado el gobierno de Turquía, que ha iniciado una minuciosa investigación sobre el complejo caso. Sus conclusiones serán entregadas pronto, pero han hecho ver que tienen información reservada y sensacional. Lo último que han dicho es que uno de los furgones Mercedes Benz negros, que fueron a dejar a los agentes sauditas que ahora están presos, fue grabado por una cámara de seguridad, en las afueras de Estambul, en la zona de Yalova, donde funciona un importante resort. La policía turca cree que partes del cuerpo del periodista habrían sido enterradas en una granja de esa localidad.

¿Y quién es el periodista?

Jamal Khashoggi es un hombre de unos 60 años, de muy buena educación y perteneciente a una familia acomodada y de influencias. Corresponsal del “Washington Post”, uno de los principales diarios políticos de Estados Unidos. El padre de Jamal fue médico personal de la familia real saudita y el periodista siempre estuvo cerca de la casa real, hasta que sus críticas a la gestión del heredero lo obligaron a exiliarse en Estados Unidos. Su tío Adnan Khashoggi fue el mayor traficante de armas que recuerda la historia en los últimos cien años, farandulero y vinculado a los círculos de poder en todo el mundo, incluida Latinoamérica y Chile en la década de los 80, cuando nadie nos vendía armas. Su primo hermano era Dodi Al Fayed, el millonario que murió junto a la bella princesa Lady Di, en el Puente del Alma, en París. El periodista pertenecía a una familia muy adinerada, igual que los Bin Laden, por eso conoció y entrevistó a Osama Bin Laden, que era parte de sus relaciones familiares sauditas.

No será fácil ni acallar ni explicar este crimen de película, aunque se diga y repita que los “reyes no perdonan”.

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