Acostumbraban los viejos poetas porteños -capitaneados por el legendario Manuel Astica- a depositar una ofrenda floral en las escalinatas de las oficinas de la Aduana de Valparaíso. La ubicaban exactamente debajo de la lápida que recuerda que allí se desempeñó laboralmente, entre febrero y septiembre de 1887, como un simple empleado, el insigne poeta Rubén Darío.
El mentado vate no fue uno más de los versificadores que, por esos años, hacían nata, sino el reconocido, después, como “el padre del Modernismo” y “príncipe de las letras hispanoamericanas”, aunque por estos lados no lo trataron muy bien las clases altas. El ilustre poeta nicaragüense había editado su libro “Azul”, justamente durante su estadía en el Puerto (y apoyado por porteños) y, muchos de los poemas del libro surgieron en la oficina donde ejercía la burocracia portuaria.
Los vates porteños cumplían anualmente el rito de dejar la ofrenda floral frente a las oficinas de la Aduana, con el claro afán de hacer presente que en el Puerto, el poeta Rubén Darío había iniciado su gran carrera poética que aún es digna de respeto. Después de los discursos y los poemas escritos para tan digna ocasión, se retiraban cautelosamente hasta el restaurante “La Nave”, que se ubicaba estratégicamente a un par de cuadras del Puerto, junto a la ex Intendencia Regional, que luego del Golpe Militar del 1973 se la dejó para sí la Armada.
Allí, en “La Nave”, culminaban, oceánicamente, con los brindis de rigor, que le daban la necesaria humedad marítima al homenaje al poeta. Sin embargo, cuando algunos de los vates porteños volvían al lugar del homenaje -que sólo un par de horas antes había reunido a los poetas porteños y varias decenas de curiosos- se encontraban con las flores de la ofrenda a Rubén Darío desparramada por los suelos y lejos del lugar exacto del suceso.
Ofuscados por esta grotesca actitud de sus coterráneos porteños, decidieron elevar –pues las oficinas de la Gerencia de la Aduana de Valparaíso se ubicaban en el cuarto piso- una petición, firmada hasta por los más conspicuos y reputados representantes de la poesía porteña, solicitando al gerente de la institución portuaria, “tenga a bien instalar un tarugo debajo de la lápida que recuerda el paso por este Puerto del maestro Rubén Darío, para poder colgar de él, anualmente, nuestra ofrenda”.
Lo sorprendente es que la Gerencia de la Aduana del Puerto de Valparaíso, respondió a los vates en forma afirmativa y a partir del siguiente homenaje, y desde entonces, los poetas del Puerto -y otros que viajaban anualmente desde las ciudades del interior- pudieron colgar de un tarugo su cojinete de flores en homenaje al poeta, padre de la revolución modernista, por lo que la parte final del homenaje la podían vivir más tranquilos a la hora de los brindis en el restaurante “La Nave”.