Roberto Silva Bijit
Este título es la angustiante frase de una cuidadora que llegó hasta el Hospital San Martín de Quillota, buscando auxilio para una persona de 81 años que se encontraba en muy mal estado de salud.
No venía de una casa particular, venía de un hogar donde conocen (y quieren) a los adultos mayores. No venía sola, venía con una cuidadora, que si bien no es paramédico ni enfermera, entiende perfectamente que su abuelita está viviendo un cuadro complejo y por eso, antes de ir al hospital, esa mañana llama por teléfono al SAMU, como las 13 horas, pidiendo ayuda. Le responden que si está presentando cuadros de diarrea (ese día solamente y no antes) lo que deben hacer es hidratarla. Ella les contesta que tiene una baja saturación. Pero todo quedó hasta ahí. Como la abuelita se complicó más, decidieron llevarla a “Emergencias” del hospital.
La cuidadora la llevaba en su silla de ruedas. Una vez instaladas en la sala de espera, después de varios minutos, apareció una persona que le tomó los signos vitales y lo único que dijo fue que sólo le encontraba el azúcar alto.
Y aquí es donde comienzan los problemas por falta de una atención adecuada.
Lo que hace la primera persona que ve a un paciente de urgencia es categorizarla, es decir, evaluar la gravedad del problema que presenta, para dejarla en C1 o C2, lo que significa ingreso inmediato, o bien puede dejarla en C3, C4 o C5 y con eso debe esperar. Pero si está mal categorizada, como en este caso, esperar puede significar morir. Y eso pasó.
¿Qué estudios hay que tener para saber que en un lactante o un anciano la diarrea es causa de muerte? Eso lo sabemos todos. Con mayor seguridad lo saben los que cuidan guaguas o ancianos. ¿Qué falló entonces?
La capacidad del personal del hospital, que no detectó a tiempo la gravedad de la persona. ¿Qué debieron haber hecho? Hacerla pasar y ponerle un suero para comenzar a hidratarla. No lo hicieron y dejaron a la paciente esperando durante cerca de una hora, lo que afectó gravemente la salud de la abuelita. Consecuencias: ella sufrió un shock hipovolémico, que fue tan violento que le causó un desmayo, que alertó a la desesperada cuidadora, que se daba cuenta que su abuelita se moría en el mismo hospital.
Ella lo cuenta así a “El Observador”: “Me dijeron que teníamos que tener paciencia porque había mucha gente. Así estuvimos esperando como una hora y vi que ella no estaba respirando ni tenía pulso, así que tomé la silla de ruedas y la quise entrar por la puerta donde entran las ambulancias del SAMU y ahí me paró el guardia, me dijo que no podía pasar y yo le grité que tenía que entrar porque mi abuelita se estaba muriendo. Los gritos pidiendo ayuda hicieron que se formara un alboroto en la sala de espera, con muchos pacientes gritando y reclamando por la pasividad del Hospital ante el estado de la adulta mayor. En ese momento llegaron cerca de ocho funcionarios para ingresarla y tratar de reanimarla. Pero ya era tarde. Ella no merecía morir así, fue una negligencia total del hospital, porque no es normal que a una persona que va tan mal, la hicieran esperar como una hora”, señaló con mucha tristeza y frustración.
La abuelita que murió era una profesora normalista que dedicó su vida a la enseñanza. La respuesta del hospital fue confusa y contradictoria. Norma Pinto Montanares no murió con la dignidad que corresponde a una persona de su edad, debido a una situación que se ha ido haciendo una constante: la falta de una buena atención a las personas de la tercera edad, principalmente porque los hospitales están saturados y no tienen ni los espacios ni la especialidad para atender ancianos. Por eso Norma comenzó a morir en la sala de espera.
Este no es un caso aislado. Situaciones como estas se han repetido muchísimas veces. En estos meses, con el término de las obras del Hospital Biprovincial, el “San Martín” será desocupado y sus dependencias entregadas al Ministerio de Bienes Nacionales, que lo abandonará a su suerte. En menos de dos semanas no tendrá ni puertas ni techos ni ventanas. Será espacio de okupas, de delincuencia y abandono.
La alternativa es que demos una batalla para que esa desgracia no le ocurra a la Provincia de Quillota, para que el Servicio de Salud Viña del Mar-Quillota pueda entregar el recinto a la Municipalidad de Quillota, que ha desarrollado un completo y esperanzador plan de salud para las personas de tercera edad.
Ni los mayores deben ser abandonados o mal atendidos, ni ese espacio repleto de sentimientos, envuelto en vibraciones de nacimientos, mejorías y vida, debe ser transformado en basural.