Hace unos días nos enteramos del terrible ataque que sufrió una mujer adulta mayor por parte de uno de sus perros, la mujer recibió mordidas tan fuertes que, tras estar internada durante algunos días en el Hospital, finalmente falleció.
El rescate de la mujer permitió ver que el hogar que compartía junto a su pareja y tres perros estaba en condiciones que hacían imposible mantener un buen vivir, ni para la pareja a cargo del hogar, ni para las mascotas que debían recibir su cuidado.
Claramente es horrible lo que le sucedió a la mujer, nadie se espera un ataque de sus propios perros, menos de esa forma tan salvaje y mortal, pero no puedo dejar de pensar que esos perros vivían quizás más carencias que la de sus dueños, y por eso quizás sus vidas tenían menos importancia.
Los tres perros fueron trasladados a un canil municipal, uno de ellos murió en ese lugar debido a las malas condiciones en las que se encontraba, los otros dos fueron “sacrificados”, a pesar de que agrupaciones animalistas estaban dispuestas a hacerse cargo de su recuperación y cuidados.
No es que valore menos la vida de una mujer, pero no valoro menos la vida de los animales. Es triste pensar que se vive con la impronta de que la raza humana es superior, siendo que simplemente es una de las tantas formas de vida existentes en este planeta y es muy difícil que algunos lo vean así.
Este rasgo también es posible evidenciarlo en la estructura social, hay vidas humanas más valiosas que otras, y siempre se intenta someter al más débil, ya sea por su condición económica, por su cuerpo, por su género, por su etnia o raza. Y todo esto se siente con mayor fuerza cuando se trata de los animales.
Se domina y controla todo lo que hay alrededor, se juega a ser jueces y verdugos de todo lo que parezca que está de más o es innecesario. Da lo mismo el sufrimiento ajeno con tal de satisfacer las necesidades. No hay un momento para observar el entorno y valorar cada una de las creaciones de la tierra.
Es así como, no solamente se ha destruido el medio ambiente, también se han extinguido innumerables especies, y muchas otras están a punto de desaparecer, pero la indolencia hace que eso no sea importante. Es así como, por ejemplo, da lo mismo cuánto sufran los animales destinados a ser alimento, pues no son vidas, son productos; da lo mismo abandonar un perro en la calle; da lo mismo sacrificar a un par y olvidarse que ellos también sienten y sufren, y se olvida que su vida puede cambiar con la entrega de cariño.
Hace falta una empatía transversal, abrir el corazón y sentir, primero nuestra propia existencia, para poder comprender la del otro de manera más profunda. Mirar con sensibilidad y respetar todas las vidas, todas las formas de vida.