Hace siete años que en todas las encuestas se comprueba que sigue aumentando el consumo de marihuana. Se encuestaron cara a cara a poco más de 19 mil personas en 108 comunas del país, entre los 12 y los 65 años. Les preguntaron si habían consumido marihuana en el último año y el 14,5% de los entrevistados respondió afirmativamente. Ese porcentaje significa que hay 1,4 millones de chilenos consumiendo la droga.
En términos comerciales se trata de miles y miles de millones de pesos, que los traficantes les sacan del bolsillo a los consumidores adictos.
Para comprender la magnitud del negocio, recordemos que el viernes de la semana pasada, Carabineros de Antofagasta, detuvo a una menor de edad, que había sido contratada para aparentar una familia viajando en casa rodante desde el norte a la capital, junto a dos colombianos y un chileno. Les incautaron 2 mil 769 kilos de droga, o sea, 5,5 millones de dosis, avaluadas en más de 45 millones de dólares, equivalentes a unos 27 mil 900 millones de pesos.
¿Por qué aumenta el consumo de marihuana, se mantiene el de alcohol y baja el del tabaco? Porque el país no tiene una política clara a nivel de Estado sobre el consumo de marihuana y el daño que provoca en la salud de los consumidores se ha relativizado a partir de tanta gente declarando que no sólo no es mala, sino por el contrario, muy beneficiosa para la salud. Eso no ocurre con el alcohol, donde ya están muy claras las consecuencias que trae su exceso, ni mucho menos con el tabaco, que tiene pruebas suficientes como para asegurar que su consumo produce cáncer.
El ex director del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda), Mariano Montenegro es categórico: “Hay grandes activistas diciendo que la marihuana es buena, cosa que es sesgada y fuera de evidencia científica, y eso es falsear la información a la población”.
Repitiendo que se trata de una plantita, vegetal y natural, con hojas bonitas y verde color, muchos se han atrevido a plantear que su consumo no afecta la salud y que puede ser recomendada para ciertas dolencias. Y ahí, justo ahí, se produce la gran división en el análisis del tema. Una persona mayor puede –con mayor libertad- consumir sustancias adictivas y sentir que son beneficiosas para su organismo, porque lo evaden del dolor, le ayudan en la calma y lo sacan del momento que vive para transportarlo a otro espacio más lejano y libre. Muchos piensan también que el alcohol los saca de sus problemas. El asunto es cuando esta forma de pensar se aplica a los niños y jóvenes, que se están formando y que la marihuana los afecta en distintos grados y acorde con su cantidad de consumo, pero los afecta gravemente, desordenando sus hábitos, rompiendo con sus esquemas familiares y educacionales, incluso llevándolos a otras conductas más complejas.
Las sociedades médicas, basadas en estudios clínicos, han repetido hasta el cansancio que el consumo de la marihuana produce daños y que esos daños son mayores en los jóvenes que en los adultos. Pero parece que sus métodos para comunicar son deficientes, porque el aumento del consumo continúa sin escuchar ninguna opinión de profesionales de la salud que han estudiado clínicamente el tema.
En el Congreso se encuentra en trámite una ley que debe ser revisada más a fondo. El actual gobierno ha cambiado dos veces su posición sobre la cantidad de gramos que se pueden portar y sobre la cantidad de plantas que se pueden cultivar en la casa.
Errar en una política pública sobre los jóvenes –como ha ocurrido con el Sename- puede transformarse en un daño irreparable para la juventud del país.
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