Hace un poco más de un año que me vine a vivir a Quillota y en el tiempo que llevo acá uno de mis panoramas favoritos de fin de semana es ir a La Campana. Cada visita a este tremendo pulmón verde me conmueve profundamente, me hace sentir la potencia de naturaleza, la fuerza que tiene cada especie para sobrevivir en condiciones cada vez más adversas y la importancia de mantener vivo este lugar.
Sin embargo, en cada visita siento también la fragilidad de esa sobrevivencia. Me quedo un momento quieta y observo la intervención humana del lugar, y con eso no me refiero a los senderos habilitados para recorrerlo, sino a cosas muy visibles y que para muchos no tienen importancia. Ya se hizo costumbre avanzar recogiendo envases plásticos, botellas, latas y colillas de cigarros que encuentro en el camino. Siempre encuentro ramas cortadas en el suelo, con lo difícil que es para las plantas crecer fuertes en las condiciones de sequedad que sufren gran parte del año, además de algo mucho más profundo, la forma en la que uno irrumpe en el lugar.
Aquí me toca ser la señora pesada que llama la atención. No hay que olvidar que La Campana es uno de los pocos lugares con bosque esclerófilo de la zona, lo que se traduce en que un centenar de especies animales y vegetales viven solamente en ese lugar.
En mis caminatas por los senderos me ha tocado cruzarme con personas que ponen la música de sus celulares muy fuerte, olvidándose de la sensibilidad de los sentidos de otros animales, que temen la presencia humana y se ponen alerta ante los sonidos extraños, olvidándose que lo maravilloso del lugar es que uno puede ser espectador de la vida en la tierra, una desconexión de la rutina que, a diferencia de la música, no se puede apreciar en los hogares.
También me ha tocado cruzarme con personas que van a los estrechos y curvos senderos de Cajón Grande a practicar descenso en bicicleta, una práctica que es peligrosa tanto para ellos, para las personas -muchas veces familias con menores- que llegan hasta el lugar, como para los animales y la flora del lugar.
Tomar un poco de conciencia de estos pequeños detalles puede no solamente cambiar la experiencia de una visita de este tipo, sino también ser una contribución a mantener el equilibrio y la sobrevivencia de estos espacios.
Disfrutar de la belleza de la naturaleza es sencillo, basta con recorrer un poco, quedarse callado y quieto para comenzar a sentir las otras vidas que nos rodean.