Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Hoy jueves comienza la Semana Santa. Desde esta tarde y hasta el domingo, el mundo cristiano hace un alto, que unos aprovechan para vacacionar y otros para reflexionar. Las Semanas Santas de hoy no son como las de antes, todo ha cambiado mucho.
Y es verdad, todo cambia, todo es distinto. Lo que importa es reflexionar el sentido de esos cambios.
El verdadero cambio es la pérdida de la espiritualidad. No sólo en Semana Santa, sino en casi todas las actividades actuales del ser humano, hay una lejanía de los temas del espíritu y una cercanía a los asuntos materiales.
Más que ciudadanos somos consumidores.
El consumo nos consume y nos quita aliento para soñar, para volar, para hacer crecer el alma.
Cualquier persona tiene cinco o siete tarjetas de crédito, con deudas por los próximos 15 meses. Muchas familias ya no van de paseo a la plaza del pueblo, sino que viajan a pasear a los grandes malls y allí pasan el día, disfrutando de muchas entretenciones y rodeados de vitrinas con precios por todos lados. Mil letreros los llaman a comprar, a consumir, a endeudarse.
Si miramos la tele, se ha transformado en una máquina de entretención y entre teleserie y teleserie, dan esos “último minuto” terroríficos, con portonazos, homicidios, ajustes de cuentas entre narcos, grabaciones de cámaras mostrando el actuar de bandas de ladrones, y de repente, hasta un político prometiendo algo imposible de cumplir. También un par de tipos contando chistes repetidos de los últimos festivales. No hay temas de conversación sobre la vida y la muerte, sobre las enfermedades, sobre la alegría de los niños, sobre las cosas cotidianas de la vida. Profundizar es mirado como ponerse tonto y grave. Ya nadie trata temas importantes en los estelares, como era antes. Nadie encuentra ninguna respuesta mirando tele.
Todo es ahora más rápido y pareciera que cultivar el espíritu sigue siendo algo lento, suave, que genera armonías, tan escasas en el mundo violento y disonante en que nos ha tocado vivir.
La gente se mira y vale por la ropa que lleva (ojalá con hartas etiquetas), por el auto, por las apariencias. Se han olvidado que debajo de toda esa ropa hay una persona que tiene valores, sensibilidades y un espíritu en construcción permanente.
Ahora más que nunca las personas valen por lo que tienen y no por lo que son.
Por eso hay muchos que recuerdan con nostalgia la Semana Santa, porque lejos de ser unos días de vacaciones, era uno de los pocos momentos de conversación familiar, de reflexión y espiritualidad que iban quedando. Esos silencios y recogimientos del pasado mostraban a familias que podían darse el lujo de pensar en sí mismos, detenerse ante al tráfago de los días y callar, para escuchar su propio espíritu.
Más allá de la religión de cada uno y pensando que no se trata de creer que el tema es un asunto para católicos, la Semana Santa era una oportunidad, que contaba además con la generación de un ambiente de respeto y paz interior. Las radios y la tele tenían programas especiales, los negocios cerraban y las familias se replegaban a sus casas, para reencontrarse de otro modo durante esos días. Todos contribuían a producir y cuidar ese ambiente.
Es posible que la Semana Santa siga siendo para muchos unos días de vacaciones, pero estamos seguros que todavía es posible que, para otros, aunque sean los menos, estos días podrán transformarse en momentos para alimentar el espíritu, para revisar el alma, para fortalecer nuestra espiritualidad.