Hace unos meses, una imagen que dista mucho de mi experiencia en tiempos escolares quedó grabada en mi retina y la quiero compartir. Llegué a reunión de apoderados al colegio de uno de mis hijos y muchos niños estaban ahí, esperando que salieran sus padres. Pero no jugaban.
En mi breve paso por ese patio pude ver que algunos apenas hablaban, mientras la mayoría estaba cabeza gacha, inmersos en los mundos paralelos que ofrece Internet. Si bien se ha vuelto común ver así a la gente en las plazas, patios de comidas de mall, en el transporte público y hasta en muchas mesas de familias chilenas, en esos pocos segundos, mientras observaba a esos niños -que no superaban los 10 años-, recordé el ansia con la que esperaba los recreos para salir a jugar a la “pinta”, al “luche” y al “elástico”… y cómo esos espacios de 15 minutos se hacían tan cortos, pero tan significativos para relacionarme con mis pares, para construir mi identidad y mi mundo en comunidad.
Hoy la hiperconectividad ha desplazado los espacios que tenemos de relacionarnos con otros, ofreciendo una tentadora forma de vida basada en la “gratificación instantánea”. Preferimos reírnos con un “meme”, que escuchar alguien cercano contarnos un chiste; queremos respuesta inmediata si enviamos un mensaje; nos impacientamos en la fila de un banco, en la caja de un supermercado, nos volvemos conductores intolerantes… y me pregunto, si así nos pasa a quienes ya nos formamos, ¿Qué esperaremos de los niños, que están en proceso de formación? ¿Dónde están los espacios de juego, de aburrimiento, de competencia y frustración que ayudan a que estas pequeñas personitas aprendan a crear, a sociabilizar, a relacionarse con el entorno natural y a vivir en comunidad?
En Chile hay más celulares que personas. Para enero de 2018, un estudio del INE informó que la cifra supera los 28 millones de teléfonos móviles. Otro estudio de la Universidad de Los Andes aplicado a niños de enseñanza básica y media, evidenció que un 54% del segmento de niños entre 10 y 14 años utiliza entre 4 y 8 horas el móvil y que del total, un 87% lo lleva al colegio.
Países como Francia ya están implementando la política de prohibir el uso de móviles en los colegios, para incentivar el desarrollo psicomotor y social de los niños; pero en Chile muchos padres justifican este uso para “estar conectados” o “para emergencias”, invitando así a que sus hijos se aíslen en los recreos y que olviden el valor de disfrutar con sus pares.
Quizás ya sea el tiempo de reflexionar sobre cuánto tiempo permitimos que nuestros hijos usen el celular y, al menos, sacar los celulares de los colegios.
