En estos días hemos estado celebrando los 13 años de “El Observador” de Aconcagua, por eso queremos hacer un brindis con la deliciosa historia del vino de nuestro ancho valle.
En medio de la bruma de la historia, se puede decir con propiedad que las primeras plantaciones de viñedos se produjeron en el año 2.500 antes de Cristo, a orillas del río Tigris, en la civilización de Mesopotamia. Uno de sus líderes el rey Hamurabi, sería el primero en legislar la comercialización del vino.
Con el correr de los siglos, Asia y Europa van alcanzando un desarrollo vitivinícola. En el año 1400 después de Cristo, Francia ya es un importante productor de vinos. Casi cien años después, en 1493, en el segundo viaje de Colón, llegan las primeras estacas o pepas de uva a América.
Será el sacerdote Francisco de Carabantes quién la lleva a Chile, cuando Pedro de Valdivia trataba de gobernar este Reino, en 1550.
Cien años después, en Inglaterra crean la primera botella de vino, pero quién haría de la botella una práctica común, fue un fraile benedictino francés, que tiene ese fino nombre burbujeante de Dom Perignon, creador de la Champagne.
Cuentan que fue tan impresionante la experiencia de este monje ciego, que cuando probó por primera vez la calidad del champagne exclamó “vengan, corran hacia mi, estoy bebiendo estrellas”. Además, debemos también a Dom Perignon el uso del de los primeros corchos.
Pero si tuviéramos que sincerar y resumir el desarrollo vitivinícola de Chile, tendríamos que decir que desde la llegada de los españoles hasta mediados del siglo XIX, nuestro país consumió mucha chicha (intransportable por quedarse a vivir en esas grandes vasijas de greda), aguardiente de mala calidad y vino nada de fino, principalmente producido con las dos cepas anteriores a la llegada de las francesas, que son la País y la Moscatel de Alejandría.
¿Cuándo comienza el despegue?
Hay dos personajes compitiendo por este honor.
El científico francés Claudio Gay, que contrató el gobierno de Chile para que levantara un catastro del país y que habría traído a la Quinta Normal (creada por su iniciativa) las primeras cepas desde Francia.
En sus libros Gay dice que de las 30.000 hectáreas de vid que había plantadas en Chile en 1850, 5.000 hectáreas estaban en Aconcagua, siendo el segundo valle en tamaño e importancia en el país.
El otro personaje que forma parte de la historia de Chile es don Silvestre Ochagavía, primer introductor de las variedades francesas a nuestro país en 1851 y quién trajo a uno de los primeros enólogos franceses que arribaron a nuestra zona.
Chile logra ingresar cepas francesas apenas unos diez años antes que el mundo fuera azotado por la filoxera, que en 1860 comienza a atacar los viñedos de Francia y se extiende por el mundo.
En plena Guerra del Pacífico vivimos el mayor peligro en nuestro país, porque la filoxera había invadido Argentina, pero también Chile le declara la guerra a la filoxera, imponiendo una resistente barrera sanitaria, que nos permitió ser el único país del mundo que se salvó de la crisis y pudimos comenzar en esos años a exportar vinos al mundo.
Este pasillo de la historia permitió a los incas cruzar la cordillera para extender su imperio, a los españoles comenzar una importante actividad comercial, a nuestro Ejército Libertador realizar la gran epopeya de consolidar la independencia de Argentina, liberar a Chile y terminar con el Virreinato del Perú”.
Tendrían que pasar 115 años para que el enólogo francés Jean Michelle Boursiquot, identificara la sobrevivencia de cepas Carmenere en 1994, al diferenciarla por la forma de la hoja.
Pero volvamos a nuestro valle, regado por el caprichoso río Aconcagua.
Hace doscientos años 5.400 hombres que formaban el épico Ejército de Los Andes, cruzaron esta grandiosa cordillera, atravesando por sobre los 4.500 metros de altura, caminando durante 25 días 570 kilómetros. Traen la carga en 9 mil mulas, vienen armados con 5.800 fusiles con bayoneta, 900.000 cartuchos de fusil y 1.129 sables. Y cada noche los soldados disponen de un par de copas de vino y aguardiente, para enfrentar los grados bajo cero de temperatura con que vienen haciendo su marcha hacia Chile.
La recepción en el valle de Aconcagua es emocionante, la gente quiere libertad y ese Ejército se la comienza a dar en la batalla de Chacabuco.
Una hazaña de este tipo se ha registrado muy pocas veces en la historia universal.
El pionero del valle de Aconcagua se llamó Maximiano Errázuriz Valdivieso, que a los 38 años, funda la Viña Errázuriz Panquehue. A los 25 años había sido diputado y después senador. Tuvo diferentes negocios.
Se casó con Amalia Urmeneta, hija de José Tomás Urmeneta, próspero empresario que había plantado viñas en Limache, y siguiéndolo, decide iniciar en 1870 la industria vitivinícola en la zona, trayendo cepas y un enólogo desde Francia.
Finalmente, una reflexión sobre el sentido de esta generosa ruta que nos lleva por el río hasta cruzar la cordillera, donde vivieron los picunches.
Este pasillo de la historia permitió a los incas cruzar la cordillera para extender su imperio, a los españoles comenzar una importante actividad comercial, a nuestro Ejército Libertador realizar la gran epopeya de consolidar la independencia de Argentina, liberar a Chile y terminar con el Virreinato del Perú.
En estos doscientos años, la ruta ha seguido consolidándose, se inauguró el monumento a Cristo Redentor, el 13 de marzo de 1904. Ahí fue que el gran orador católico, Ramón Angel Jara pronunciara esas espléndidas palabras: “Se desplomarán primero estas montañas antes que argentinos y chilenos rompan la paz jurada a los pies del Cristo Redentor”.
Después vino la maravillosa obra puesta en funciones en 1910, que permitió la llegada del tren Trasandino y la unión del Atlántico con el Pacífico, afianzando seguridad en la carga y el comercio internacional. Y a mitad del siglo pasado, la ruta Internacional vino a reafirmar esta fundamental vía comercial de nuestro valle. Ahora hay que esperar que vuelva el tren y que al túnel de baja altura no se le quiten los sueños de volver a unir por la línea férrea los dos océanos más importantes del planeta.
En este territorio amparado por la cordillera y repleto de grandes historias, se sigue escribiendo con fecundas cosechas, la historia del vino del valle de Aconcagua, una contribución fundamental al desarrollo vitivinícola de Chile.
¡Salud por nuestro hermano, “El Observador de Aconcagua”!