El Observador conversó con Joaquín Trujillo Silva, considerado por los críticos literarios como uno de los grandes de la nueva generación de escritores
CABILDO.- En septiembre del 2017 fue lanzado en la Biblioteca Nacional la obra literaria “Lobelia” (RIL Editores, 2017) del escritor nacional Joaquín Trujillo Silva. En cosa de pocos meses, se convirtió en éxito y fue considerada como una joya literaria. Incluso, este autor se proyecta como un referente en la literatura chilena contemporánea.
La obra relata la vida de una niña provinciana llamada Luisa Manso, quien vive con su tía Lorena Carrasco en el pueblo de San Estanislao, al norte de Santiago, cuya misión es descubrir su pasado, reencontrarse con su progenie y vengar el abandono de su madre.
Son 455 páginas de líneas cautivantes, que han sido descritas por connotados críticos como “una prosa robusta y asertiva, con pasajes épicos y de un imponente flujo imaginario”.
Pero ni Luisa Manso, ni Estanislao son tan imaginarios. Libelia recoge la nostalgia de los valles de la zona central, como aquel donde Trujillo creció y se formó en sus primeros años de vida: el valle de Alicahue, al interior de Cabildo.
Llegó a los 7 años a vivir con sus padres a Alicahue, donde su familia materna había habitado por más de un siglo. Junto a sus hermanos asistió a las escuelas rurales y posteriormente ingresó al colegio Andrés Bello de Cabildo, donde siempre fue un destacado alumno. Una vez egresado, estudió Derecho en la Universidad de Chile, fue ayudante de Filosofía Moral e Historia institucional de los siglos XVI a XVIII y se tituló de abogado.
Actualmente, es investigador del Centro de Estudios Públicos (CEP), donde ha trabajado en el estudio sobre la vida y obra de Andrés Bello.
Luego de aparecer en páginas completas de textos especializados, el escritor conversó con El Observador para contar cómo se siente de ser un embajador de tierras cabildanas, en la “grandes ligas” de la literatura chilena.
– ¿Qué recuerdos tiene de Cabildo que hayan marcado su etapa de infancia y adolescencia?
“Tengo buenísimos recuerdos. Especialmente por los profesores que siempre fueron un apoyo entusiasta. En la escuela Ester Silva Somarriva participaba del grupo folclórico, la revista escolar y el grupo de teatro. En el Andrés Bello de Cabildo, tuvimos un grupo de teatro muy activo, con el que montamos dos obras de Ionesco, dos de Bertolt Brecht, la “Santa Juana” de Bernard Shaw, obviamente adaptadas a los escasos recursos escolares. Incluso, una de mi autoría, llamada Hipatia, sobre la matemática de la época final del Imperio Romano. Recorríamos la provincia con algunas de estos montajes. Mis recuerdos son los mejores. Me acuerdo con mucho cariño de don Carlos Díaz, que me invitó a almorzar todos los días durante dos años a su casa; y del restaurante El Mono donde almorcé gratis como un rey el resto del tiempo. Estos almuerzos fuera de casa se debían a que era imposible volver desde Cabildo sino hasta la tarde, cuando acaba la jornada escolar”.
– ¿Lobelia tiene relación con este valle donde creció?
“Lobelia transcurre en pueblos y localidades rurales, desde Chalaco a Los Andes. Su época es la de fines de los 90 y principios de los 2000, cuando todavía no existían redes sociales, el Internet estaba apenas popularizado y la gente hablaba por teléfonos públicos y muy poco por celulares”.
– ¿Entonces, San Estanislao no es tan ficticio?
“San Estanislao podría ser Cabildo, La Ligua, Putaendo o San Felipe. El interior del Valle de Alicahue podría ser una localidad inventada que se llama Lepirco y que en realidad es el nombre de una montaña visible al fondo del Valle de Alicahue”.
– Y Luisa Manso, la protagonista de su libro, ¿también existe?
“Por supuesto que existe. ¿Dónde está? Difícil saberlo. Lo que puedo agregar, para no revelar los trucos, es que fui intuyendo la existencia real de Luisa por una serie de niñas que conocí cuando pequeño y de adolescentes que conocí cuando joven. Podría decirle, imitando a Flaubert: “Luisa Manso soy yo”, o que cada uno de los personajes soy yo, pero decir eso sería darme una importancia excesiva y desconocer todo lo que he hurtado a los seres humanos reales”.
– ¿Qué opina sobre la bonanza agrícola y el problema del agua en la zona, tema que aborda en su libro?
“Conozco muy de cerca la historia de la agricultura y la ganadería en la zona, porque mi familia materna, los Silva, fueron dueños de una hacienda gigante, que iba desde el puente de La Sirena, en San Lorenzo, hasta el límite con Argentina. El sistema de mis antepasados era sustentable, pero anticuado. Por ejemplo: no plantaban árboles en los cerros ni levantaban agua hacia esos lugares. Sin embargo, el problema vino porque la hidrografía del valle no era enteramente propicia para la palta, que necesita mucha agua, de suerte tal que las sequías periódicas se volvieron infernales”.
– ¿Cómo asume tantas buenas críticas?
“Hasta el momento de esta entrevista, le han hecho críticas muy positivas, así que no puedo sino recibirlas con una sonrisa de oreja a oreja y con la humildad que permite seguir trabajando.