Durante años, Alejandra Arancibia vivió un calvario que pudo “quemar” simbólicamente con esta acción
QUILLOTA.- “Yo tenía siete años cuando él comenzó a abusarme sexualmente. Me sentaba en sus rodillas, me acariciaba el pecho, me hacía cosquillas, me tocaba los genitales (…) yo no sabía qué pasaba, hasta que al cumplir 11 años él consumó la violación. Sentí un dolor enorme que aún recuerdo y sangré, al punto que pensaron que me había llegado la regla”.
Así, crudo y directo, es el relato de Alejandra Arancibia Vicencio, una quillotana de 33 años que hace algún tiempo tuvo la valentía de dar a conocer su historia de resiliencia en nuestras páginas, para contar cómo se ha ido recuperando de las heridas emocionales que le causó ser abusada y violada por un familiar directo por casi 10 años.
Hoy -en su calidad de orientadora familiar con perfeccionamientos académicos en abuso sexual en las universidades de Valparaíso y Los Lagos- creó la Fundación Arggia, orientada a acompañar a víctimas de este tipo de delito, muchas veces cometido en el seno del hogar.
Con una impresionante presencia de ánimo, Alejandra recuerda todo lo que debió vivir. “Yo despertaba con los genitales mojados (…) hice muchas cistitis, tuve hongos vaginales, infecciones, sangraba (…) una vez, después que me violó, me lavé los genitales con cloro porque lo único que quería era quitarme su olor tan hediondo (…) finalmente, a los 15 años, decidí ir sola a denunciarlo pero nadie me creyó”, rememora resignada.
La dolorosa suma emocional de todos estos eventos la llevó a intentar suicidarse en más de una oportunidad, la última a los 17 años. “Yo no quería que él volviera a tocarme ni a golpearme, estaba desesperada”, cuenta.
Con el paso de los años y tras infructuosos intentos en busca de justicia, puesto que el delito ya había prescrito, finalmente ésta llegó pero de la mano de otras víctimas del mismo sujeto. Se trataba de dos menores que habían sido abusadas por él y cuyas familias denunciaron oportunamente y a cuyo caso se anexó la carpeta investigativa del caso de Alejandra, pero como un antecedente más y no como una víctima.
La determinación de culpabilidad establecida por el tribunal no trajo la justicia que Alejandra esperaba. “Él recibió solo 541 días de libertad vigilada que ya cumplió en el 2015. Para mí eso fue otra humillación, por mí no se ha hecho justicia porque incluso él reconoció haber abusado de las niñas para tener un juicio abreviado”, relata.
NUEVA CASA Y SANACIÓN INTERNA
Alejandra suma una extensa cantidad de horas de terapia psicológica que le han permitido tener una vida familiar feliz. Se casó, es madre y su trabajo en la Fundación Arggia le ha permitido canalizar sus emociones con un fin positivo y empático con otras mujeres en su misma situación, para las cuales desarrolla talleres en diferentes comunas.
A pesar de ello, sentía que algo faltaba por sanar y, de alguna manera, el destino la puso en el lugar preciso: vendió un departamento y -paradójicamente- pudo comprar una casa contigua a aquella donde había vivido los años oscuros de su niñez y que aún es propiedad de familiares.
El pasado viernes 16 de agosto, mientras un maestro realizaba labores en su nueva casa, Alejandra decidió podar un árbol que había en el patio, el que se conecta por un pasillo con el patio de la otra casa. Decidió recorrerlo y asomarse al patio de su antiguo hogar.
Fue entonces cuando vio una precaria bodeguita y una avalancha de malos recuerdos llegaron a su mente. “En esa bodega mi abusador se drogaba y abusaba de mí y pensé en quemarla. Le dije al maestro que lo desarmara, así que no se demoró mucho. Y mientras veía arder los palos lloré, era desarmar una historia de negligencia, dolor, abandono, humillación y soledad. Para mí fue algo simbólico, ese cuarto representaba toda la miseria que había vivido”, explica.
Naturalmente el fuego llamó la atención de un vecino, que fue a preguntar si ocurría algo y al ver que era una fogata se devolvió. Pero otra persona la denunció, reclamo que hoy tiene citada a Alejandra a comparecer ante el Juzgado de Policía Local en los próximos días y donde arriesga una multa en dinero por quema no autorizada.
“Eso para mí fue como un gran sahumerio que me limpió el alma, cuando solo quedaron brasas y cenizas sentí un gran alivio, porque mi abusador no pagó ni un día de cárcel y yo ahora debo pagar una multa -y si no la pago puedo ir presa- por quemar el cuarto donde me abusaba, eso me parece súper injusto”, finaliza Alejandra.
NEGLIGENCIA DE QUIENES SABEN
Uno de los motivos que llevó a Alejandra a hacer pública su historia -con la exposición que ello implica- es llamar la atención de las familias y vecinos, porque “los abusos sexuales se cometen en sus narices y se siguen perpetuando por la negligencia de quienes lo saben y que no dicen ni hacen nada, porque les importa más que les rayen el auto a que se estén violando al hijo de su vecino”, asegura.