Después de muchas aparentes discusiones y demasiadas falsedades, llegamos a lo mismo: el aumento en el número de diputados y senadores significa un tremendo gasto para el país. Desde la Presidenta para abajo se atrevieron a afirmar que no serían un mayor gasto, sin embargo, hemos visto las cifras inmensas que implica mantenerlos con sueldos.
Nunca los parlamentarios se han rebajado la dieta, por el contrario, siempre se la han subido, porque no están ni ahí con lo que piensen sus electores de ellos, ni con la tremenda desproporción de sus rentas respecto del resto de los trabajadores del país.
Además, es una renta contra todo evento. Da lo mismo que vayan a trabajar o no, que asistan a las sesiones o no, que se queden en su casa o no. Siempre les pagan. Tan absurdo es el sistema, que un diputado podría asumir su cargo y no volver durante cuatro años al Congreso y seguiría recibiendo su sueldo.
Ellos no tienen control, nadie podría descontarles nada ni ajustar sus movimientos económicos. Contratan familiares, hacen asesorías pagadas, realizan informes, reciben dineros de empresas, usan viajes en avión, mantuvieron su feriado durante febrero a pesar que aprobaron el término del feriado judicial, no trabajan la última semana de cada mes, invitan a almorzar a decenas de personas con costo al Congreso, usan secretarias y vehículos, y un tremendo etcétera de esta nueva clase de funcionarios públicos.
El Congreso, ni siquiera en estas horas oscuras, ha pedido incorporar a su gestión, como el resto de los organismos del país, a la Contraloría General de la República, lo cual sería una señal favorable en el sentido que quieren ser más transparentes.
Durante un período de Legislatura celebraron en promedio 123 sesiones, lo que arroja un promedio de 10 sesiones mensuales. Es casi como si trabajaran 10 días al mes, ya que se dejan libres los lunes y los viernes, aunque también tienen trabajo de comisiones.
Después de 17 años de gobierno militar o dictadura militar, los políticos se asignaron una dieta (palabra que significa reducir las comidas) de $ 2.447.017, correspondiente a marzo de 1990. Se han hecho tantos reajustes -todos por unanimidad- que hoy perciben sobre diez millones, sólo por la dieta. Tan injustos han sido esos reajustes, que en marzo del 90 ellos ganaban 16 sueldos mínimos y hoy reciben (porque no se los ganan) más de 40 sueldos mínimos. Esa, por supuesto, no es la reajustabilidad que ha tenido el sueldo mínimo en Chile, ya que ellos han fijado para sus rentas una fórmula propia de reajuste, distinta al resto de los chilenos, probablemente porque nos consideran como ciudadanos de segunda clase.
Tan escandalosa es la situación de los parlamentarios chilenos, que baten el récord mundial entre los países que conforman la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, OCDE. Nuestros diputados ganan el doble que la mayoría de los países del grupo. Al recibir al año US$ 173.000, superan en 75 mil dólares a los congresistas de Estados Unidos, que son los que nos siguen.
Alrededor del 86% de los parlamentarios del mundo reciben ingresos por debajo de los 100 mil dólares anuales. Así y todo, no hubo acuerdo para rebajar las “dietas”.
Muchos abusos, muchos privilegios, mal ejemplo para el país, desilusión y rabia para los electores, todo lo cual nos llevará a una crisis de participación, de la cual son ellos los únicos responsables.
En estos últimos años nadie le ha hecho más mal a la política que los propios políticos.