Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Allí está don Bernardo, solo, acostado, en una pieza completamente oscura, con la vista inflamada, con el alma acongojada. Abril de 1823. Después de su abdicación, el Director Supremo ha sido sometido a un vergonzoso arresto domiciliario en Valparaíso. Ramón Freire asume el mando de la nación. Ahí le viene esta enfermedad que cuenta a su amigo San Martín, diciéndole: “He sufrido por más de veinte días una inflamación en un ojo, que presentó al principio síntomas alarmantes que me obligaron a guardar cama y a un estricto encierro en la oscuridad”.
Semanas antes era el hombre más poderoso de Chile, ahora esperaba con incertidumbre si le darían autorización para salir del país. El violento contraste entre el poder y la sumisión, afectaban duramente su espíritu. A tal punto que llegó a decir: “La muerte me habría sido más benéfica que días de tanta amargura”. Lo imagino recostado pensando en medio de esa pieza oscura, solo, de soledad absoluta, como había sido siempre su vida. Allí habrá recordado su infancia sin padres, viviendo en casas de gente buena a la que sólo pudo llamar tíos, jugando con niños que no eran sus hermanos, en una casa que no era su hogar. Habrá tratado de recordar ese instante lejano, cuando tenía cuatro años, en que su padre lo visitó por unos momentos. Habrá querido imaginar inútilmente el rostro irlandesamente enrojecido de su padre, ese rostro que nunca tuvo a su lado, esas manos que no lo llevaron nunca a ninguna parte, esos labios que no le dieron nunca buenas noches con un beso.
Hoy recordamos un nuevo natalicio del Padre de la Patria, ocurrido en Chillán el 20 de agosto de 1778. Por eso estas consideraciones, de un hombre vivió con una soledad que venía incubando desde niño, esa soledad que lo haría vencer dificultades, que lo inundaría de un valor desbordante. De un valor que lo reemplazaría todo.
Esa pieza sola y oscura de Valparaíso, como oscura y sola fue su formación, debió haberlo hecho recordar las cartas sin respuestas a su padre, las incomprensiones de sus apoderados en Inglaterra, el rostro alegre de Carlota, ese amor juvenil que no floreció. Recordar sobre todo a su madre, esa mujer a quien amó por sobre todas las cosas de la tierra, porque fue su único apoyo y el único hombro donde recostó su cabeza. ¡La conoció a los veinticuatro años! … después de haberla esperado desde siempre.
La soledad fue marcando su vida. Moldeando su carácter. La falta de luz en su pieza porteña le habrá traído a la memoria esas palabras luminosas y clandestinas que le escribiera Francisco de Miranda: “Elegid, pues, un amigo, pero elegidle con el mayor cuidado, porque si os equivocáis, sois perdido… los obstáculos para servir a vuestro país son tan numerosos, tan formidables, tan invencibles, llegaré a decir, que sólo el más ardiente amor por vuestra patria podrá sostenernos en vuestros esfuerzos por su felicidad”.
Miles de imágenes habrán cruzado por su mente en esas horas difíciles. La paz de Las Canteras, sus primeras acciones públicas, los primeros combates, esa manera tan dura con que la vida le enseñaba a reconocer la patria, el rostro de los primeros soldados que lo siguieron después del grito de El Roble, la angustia de saberse solo -una vez más solo- en la Plaza de Rancagua, la pobreza de Mendoza, la carga de Chacabuco, el triunfo de Maipú, sus sueños de un Santiago mejor, la lluvia durante el sitio de Talcahuano, el amor fecundo y corto con doña Rosario, con quien tuvo a su hijo Demetrio, quien en Perú se haría llamar el “nieto del Virrey”. Todo debió ir y venir por entre su alma, recorriendo en silencio sus días de dolor y alegría.
Al igual que tantos otros gobernantes, habrá comprendido que entre la gloria y la soledad hay una distancia que nadie conoce exactamente. Habrá reconocido que la patria no sabe jamás dar las gracias, que a ella hay que quererla sin esperar nada, quererla no más. El olvido y la ingratitud son parte de nuestra geografía, tan altos como la cordillera, tan bajos como las raíces. Entendió, como nadie, que los mandatarios siempre están solos. Ante cualquier emergencia o convergencia, su sola palabra o acción debe resolverlo todo. La firma de cada decreto los acompaña hasta la tumba y mañana habrá quien interrumpa bruscamente el sueño eterno a aquellos que firmaron pensando en el bien de todos. Es el oficio de ser gobernante. Duro e importante, hermoso y solitario.
¡Feliz cumpleaños querido Bernardo!
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