La famosa frase de Shakespeare, esa del “To be o not to be”, tan repetida porque nos hizo creer que el dilema de la vida era ser o no ser, pareciera que hoy ya no está de moda, porque el verdadero dilema actual es ser o tener.
¿Qué queremos? Ser más o tener más.
Vivimos en un mundo donde las necesidades, reales o inventadas, son el norte de la existencia de millones de seres humanos. El consumismo (guerrero que mató hasta el comunismo) es el que se impone en todos los combates. Las plazas y los alrededores de nuestras ciudades las estamos cambiando por gigantescos mall, los bancos son los nuevos templos que enriquecen por fuera y el dinero lo hemos reemplazado por tarjetas de plástico para hacerlo más amistoso.
Leí una estadística de la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras que parecía una broma de mal gusto. En este flaco país, las tarjetas de crédito duplican a la población, ya que tenemos cerca de 40 millones de tarjetas de crédito de bancos y casas comerciales.
Uno podría decir que se trata de un país moderno, que está reemplazando los billetes contaminados, o los cada vez más escasos cheques, por billetes plásticos, limpios, personales, eficientes. Una demostración más de nuestra modernidad.
También habrá quienes quieran argumentar razones de seguridad, ya que robarse una tarjeta de crédito es bastante menos efectivo que robarse unos billetitos. Un informe sobre ciencia decía que en Estados Unidos algunos millonarios tienen incrustada una pequeña cápsula en la mano, gracias a la cual siguen todos sus pasos mediante un GPS, pero además, con ella pueden acceder a los cajeros automáticos. Ponen la mano y funciona una clave que les permite retirar billetes. Y dicen que mañana lo haremos con los ojos.
Pero el tema de fondo es la maldita manía de andar aparentando por la vida, para lo cual, siempre habrá que gastar más de lo que se gana, siempre habrá que creer que es más importante parecer que ser, y lo que es peor, terminar creyendo que lo que se aparenta es real.
Los endeudamientos son una dramática realidad nacional. Un joven sostenido por sus padres, todavía estudiando (generalmente en la universidad), ya tiene contraídas deudas cercanas al millón de pesos. Cualquier familia debe uno o dos años del sueldo del jefe de hogar, como si nada. Los descuentos que les hacen mes a mes disminuyen tanto sus ingresos, que terminan pidiendo cada vez más créditos. Y hay muchos felices dando créditos, porque ganan suculentas comisiones, (además, los créditos son muy trabajadores, siguen creciendo de noche y hasta los fines de semana, no descansan nunca, suman y suman cada minuto un pesito más para nuestro endeudamiento).
Si los cigarrillos dicen que “fumar mata”, los billetes y las tarjetas de crédito debieran decir con letras grandes: “Aparentar mata”.
Conozco una familia donde el dueño de casa se compró un Mercedes Benz, gracias al cual siente que su status ha subido de categoría. Apenas le alcanza para la bencina. En su casa, mientras tanto, el refrigerador está pelado y los niños un poco tristes. Las risas que pone cuando baja la ventana y cruza la ciudad, se convierten en muecas frente a las necesidades y penurias con las que tiene afligida a toda su familia.
Nada es más bello que vivir la realidad. No aspirar a lo que tienen los demás, (si así fuera habríamos desterrado la envidia, esa perversa que envenena la mente de tantos). Creer que lo que a uno le tocó es lo mejor.
No pasemos por la vida aparentando por lo que tenemos, sino sacando pecho por lo que somos.