Parece que en el encuentro con la muerte hay que llevar cigarrillos. Son muchas las veces en que he debido escribir que, antes de partir de la vida el hombre se fumó un cigarro. Siempre me ha llamado la atención este afán de llenarse los pulmones de humo antes de partir al otro lado de la trama.
Es como si fuera un rito indescifrable que se hace antes de ingresar a ese otro mundo desconocido y fascinante. Yo no fumo cigarrillos desde hace muchos años, pero tengo un par de “puchos” guardados por si, en algún momento, me viene este deseo que he visto en condenados al patíbulo, en enfermos terminales y en suicidas.
Escribo esto luego de leer una carta de Jean Rojas Arce, ejecutado político en los comienzos de la Dictadura. En la soledad de un calabozo -y quizás por la gracia de un soldado caritativo- alcanzó a escribir a sus padres una misiva en la que, entre otras cosas, les pedía cigarrillos. “Yo les pido que vengan a verme, también que manden cigarrillos y algo para el dolor de muelas…”.
Es la última carta de un hombre que, encerrado en un calabozo de Carabineros en Nogales, sabe que lo van a matar, aunque la esperanza -que nunca se pierde- lo hace elucubrar la posibilidad de soslayar la muerte y soñar con algún futuro más allá de las rejas y el odio. “Yo no sé cuál será mi destino. Me han interrogado dos veces, me culpan de actividades políticas, también me han golpeado…”.
La carta de Jean Rojas Arce -que es la última que recibió la familia- permite ingresar, a través de las palabras, al interior del hombre que los militares se disponían a matar y a quien le atribuían las peores maldades. Y, quien, más allá de las tribulaciones de las torturas y los supuestos cargos, tenía el sentimiento de acordarse de su “papá, mamá y hermanos”.
También, seguramente, de la mujer que amaba: “Háganle llegar este papel a Leslie”, escribe como testimonio de su amor y de la que aún era su supervivencia. Se despide con un “los quiero mucho” y firma con su nombre, con unas letras que se levantan levemente de las líneas de la hoja de cuaderno, al pie de la nota.
Leo la carta del joven asesinado y, en un afán extraño, trato de recrearlo en sus últimos días, sabiendo que la historia que por más de 40 años fue la oficial no era la cierta y Jean no era un terrorista ni quiso destrozar las vías férreas en Pachacama. Y, también, porque su historia fue un palimpsesto, escrito por sus asesinos que ahora se esconden o piden clemencia.
Entonces, leo que palimpsesto es “un manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior que fue borrada, para presentar otra versión del hecho”. Así falsearon -como lo hicieron en otras partes- el asesinato de Jean Rojas Arce, quien ya había escrito su historia en una nota, que armó -en la soledad de un calabozo y sin tener un cigarrillo que fumar- y que sus asesinos intentaron falsear y que por más de 40 años mantuvieron como verdad.