Este 20 de agosto se celebraron los 240 años del nacimiento de Bernardo O´Higgins Riquelme, nuestro verdadero y legítimo Padre de la Patria, el primero que fundó la República, el que cambió la palabra españoles por chilenos, el que impulsó decididamente la independencia de Chile.
Sin embargo, parece que siempre le estamos dando el llamado “pago de Chile”, que no es otra cosa que la ingratitud de hacia las personas que han construido el país que hoy día tenemos.
Hay quienes lo tratan de “huacho”, hay otros que lo tildan de dictador, muchos lo ven como un agricultor que se incorporó al naciente Ejército chileno, pero pocos los ven como el principal gestor de nuestra independencia como nación.
Nació un 20 de agosto de 1778 y murió un 24 de octubre de 1842. Vivió 64 años, de los cuales 45 los pasó en Chillán, Lima, Londres y Chile, los últimos 19 años de su vida los pasó exiliado por razones políticas en Perú, donde falleció.
No conoció a su padre, Ambrosio O´Higgins, un destacado funcionario de la corona española que llegó a ser Virrey del Perú. Dicen que lo vio por cerca de media hora cuando tenía cuatro años, es decir, no lo conoció. A su madre la conoció cuando tenía 24 años de edad. No es fácil encontrar personas con esa situación frente a sus padres.
Desde 1810 y hasta el 1823, trabajó por la libertad del país. Entre 1818 y 1823, es decir, cerca de cinco años reales, fue el gobernante de Chile, el Director Supremo, el Capitán General. Fue un gobierno muy duro, porque viviendo en un espacio que por tres siglos había sido dominio de los españoles, luchó por cambiarlo todo y hacer de ese territorio una patria para los chilenos.
Diversos grupos conservadores y sus milicias decidieron hacerle la revolución y tanto del norte y del sur, como de Santiago lo enfrentaron para que renunciara. Enfrentado a esta situación, O´Higgins no dudó en renunciar por el bien de Chile, a diferencia de lo que ocurrió con los presidentes Balmaceda y Allende, que enfrentados a la crisis, prefirieron la guerra, la resistencia, la violencia. O´Higgins abandona el mando, pero uno de sus ahijados militares, Ramón Freire, asume el poder y lo encierra en una casa en Valparaíso.
Allí queda don Bernardo, solo, acostado, en una pieza completamente oscura, con la vista inflamada, con el alma acongojada. Abril de 1823. Después de su abdicación, el Director Supremo ha sido sometido a un vergonzoso arresto domiciliario en el puerto.
Semanas antes era el hombre más poderoso de Chile, ahora esperaba con incertidumbre si le darían autorización para salir del país. El violento contraste entre el poder y la sumisión, afectaban duramente su espíritu. A tal punto que llegó a decir: “La muerte me habría sido más benéfica que días de tanta amargura”. Lo imagino recostado pensando en medio de esa pieza oscura, solo, de soledad absoluta, como había sido siempre su vida. Allí habrá recordado su infancia sin padres, viviendo en casas de gente buena a la que sólo pudo llamar tíos, jugando con niños que no eran sus hermanos, en una casa que no era su hogar. Habrá tratado de recordar ese instante lejano, cuando tenía cuatro años, en que su padre lo visitó por unos momentos. Habrá querido imaginar inútilmente el rostro irlandesamente enrojecido de su padre, ese rostro que nunca tuvo a su lado, esas manos que no lo llevaron nunca a ninguna parte, esos labios que no le dieron nunca buenas noches con un beso.
Al igual que tantos otros gobernantes, habrá comprendido que entre la gloria y la soledad hay una distancia que nadie conoce exactamente. Habrá reconocido que la patria no sabe jamás dar las gracias, que a ella hay que quererla sin esperar nada, quererla no más. El olvido y la ingratitud son parte de nuestra geografía, tan altos como la cordillera, tan bajos como las raíces. Entendió, como nadie, que los mandatarios siempre están solos. Ante cualquier emergencia o convergencia, su sola palabra o acción debe resolverlo todo. La firma de cada decreto los acompaña hasta la tumba y mañana habrá quien interrumpa bruscamente el sueño eterno a aquellos que firmaron pensando en el bien de todos. Es el oficio de ser gobernante. Duro e importante, hermoso y solitario.
A veces, pienso que en cada plaza de Chile, don Bernardo sigue sosteniendo su soledad.
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