Estaba desde fines de septiembre en la lista de pacientes prioritarios para recibir un órgano
QUILLOTA.- Muchos dicen que un rayo no cae dos veces en el mismo sitio. Sin embargo, la tragedia sí lo hizo y de la manera más cruel en la familia de los quillotanos Juan Carlos Salas y Deborah Galleguillos Olivares, quienes por segunda vez debieron decir adiós a una de sus hijas cuando su pequeño corazón dejó de latir.
Fue hace casi ocho años cuando la muerte los golpeó por primera vez, con la partida de su pequeña hija Catalina, víctima de una miocardiopatía dilatada grave del ventrículo izquierdo. Se trata de un mal genético que siempre estuvo latente en su organismo y que se desarrolló a los pocos meses de vida, por lo que no pudo seguir en este mundo más que apenas siete meses.
Casi cinco años después, la vida le dio una nueva oportunidad a esta pareja y tuvieron una nueva hija entre sus brazos, fruto del amor entre ambos. Todo era felicidad hasta que la pequeña Gianella cumplió dos años, ya que comenzó a desarrollar algunos de los mismos síntomas de su hermana. El diagnóstico médico fue lapidario: la niña tenía la misma enfermedad que separó a Catalina de su familia años atrás.
DIAGNÓSTICO MÉDICO
Desde ese momento la vida de la niña cambió. Pasó varios meses de su corta vida hospitalizada, primero en el Hospital San Martín de Quillota y los últimos meses en el Gustavo Fricke de Viña del Mar, ciudad hasta la que se trasladó toda su familia para estar más cerca de la pequeña. Tan compleja era la situación que, desde fines de noviembre, pasó a integrar la lista 2 de trasplantes a nivel nacional.
Según relató su apenado padre, Juan Carlos Salas, los últimos días los había pasado junto a su familia mientras esperaban un donante. “Desde la UCI la habían mandado para la casa porque querían que estuviera tranquila junto a sus hermanos mientras esperaba el trasplante”, comentó. Sin embargo, la cruel enfermedad no permitió que ese esperado corazón llegara.
La noche del lunes fue tranquila y Gianella estaba de muy buen humor, contó su papá. “Ella era bien exigente y me pidió papas fritas con ketchup”, recuerda sonriente, agregando además que la mañana siguiente nunca imaginó que sería la última vez que vería a su amada hija con vida. “Salí a trabajar y me despedí de los niños, no le quise dar un beso para no despertarla. Llegué a mi trabajo y como a la una y cuarto me llamó mi señora para contarme que le había dado un ataque”, recordó con amargura Juan Carlos.
Angustiado, el hombre tomó una micro de vuelta a su casa pensando en la salud de su hija. “Como nunca, se demoró la micro demasiado. Y cuando llegué a la casa aún estaban los paramédicos reanimándola, pero ya era muy tarde, no se pudo hacer nada”, se lamentó.
POCA CULTURA DE DONACIÓN DE ÓRGANOS
En conversación con “El Observador”, Juan Carlos Salas afirmó que en Chile hay poca cultura respecto a la donación de órganos. “Desde que llegué de Estados Unidos me he preocupado del tema. Hay mucho temor de parte de las personas para ser donantes”, señaló el quillotano, quien debe permanecer atento a la enfermedad que ya se llevó a sus dos pequeñas, pues su hijo mayor también fue diagnosticado con la misma patología aunque en menor medida”.
Por otra parte, otro de sus hijos, de seis años, si bien no ha manifestado síntomas del mal, debe estar constantemente en observación en caso de que la miocardiopatía se manifieste. “Detectar el gen sólo posible con una examen que es muy caro, un panel de miocardiopatía, que cuesta más de 500 mil pesos y se manda a hacer al extranjero”, explicó el hombre, que espera nunca más tener que soportar el mismo dolor que ya ha experimentado en dos ocasiones con la partida de sus hijas.