“El Observador” reunió decenas de relatos, que van desde comentarios obscenos, hasta seguimientos en vehículos a mujeres en Quillota
QUILLOTA.- Este reportaje fue escrito reuniendo decenas de testimonios reales, que fueron entregados a “El Observador” en la última semana, algunos de los cuales detallamos con nombres ficticios de las mujeres entrevistadas, para el resguardo de su identidad e integridad.
Uno de ellos es el de “Agustina”. Ella cuenta que, hacer algunos días, esperaba cualquier microbús que la dejara en el centro, en el paradero 7 de 21 de Mayo. Es usual que se encuentre en ese lugar, pues su pololo vive en un condominio que queda cerca de ahí. Estaba sentada, en una de las calurosas tardes, usando shorts de tela café, zapatillas converse blancas y una polera rosada que dejaba ver sus hombros. Era ropa liviana, para enfrentar las altas temperaturas de ese día. Relata que no estaba pendiente de la calle. Sólo miraba historias en su cuenta de Instagram para pasar el rato. Pasaban pocos vehículos y la espera se le hizo más larga de lo habitual, por las marchas y manifestaciones que hicieron que parte del transporte público se “guardara” temprano.
Cuando el semáforo se puso en rojo, un auto se detuvo frente al paradero. Estaba pocos metros de la joven. Aún así, no prestó atención. “Era sólo un auto esperando luz verde”, cuenta. Pero no fue así. En medio de la espera, el vidrio de la ventana se bajó. “No miré, hasta que escuché la voz de un hombre diciendo ‘Mira que cosa más exquisita’”, relata, recordando que, cuando levantó la mirada, vio a dos hombres, aparentaban ser mayores de 45 años.
“Sentí que me miraban como si fuera un pedazo de carne. Como que me devoraban con los ojos”, describe. Por unos segundos, prefirió fingir que no escuchaba, pero el copiloto volvió a la carga: “Te comería entera, mira ese cuerpecito cosita rica, ¡te chupo entera!”.
Agustina se aterró. Dice que se sintió asqueada y atinó a gritar “¡cállense viejos asquerosos!”. Mientras el auto avanzaba, alcanzó escuchar como ambos hombres se reían. “Sentí asco, pena, rabia”, confiesa. Dice que eso arruinó su día, porque sintió impotencia una dura sensación de injusticia, al no poder hacer nada frente a ese dúo.
Dice que este tipo de acciones las sufre casi a diario y está decidida a que, la próxima vez, responderá lanzado una piedra al vidrio del auto de quienes la acosen. “Sé que no es la solución, pero lo veo como una manera de desahogo frente a un problema que parece no tener solución”, comenta.
MAMÁ Y SU HIJA
“Rosario” iba con su mamá, que decidió ir a dejarla a una peluquería que está en una esquina del centro de Quillota. Antes de bajarse del auto, la joven vio cómo un auto negro, marca Kía, se detuvo junto al de su madre. Adentro, tres hombres. Vio cómo se quedaron fijamente mirando cuando se bajó del vehículo.
“Tenían los ojos achinados, como volados”, comenta. Sin darle mayor importancia, se despidió de su mamá y cerró la puerta para seguir su camino hacia el salón de belleza. No pasó un segundo y alcanzó a escuchar que el trío gritó “¡Wena suegra!”.
La madre llamó su hija por teléfono, para decirle: “Rosario, ten cuidado, los hombres del auto de al lado no dejaban de mirarte y me gritaron cosas”. Y fueron más allá: “Le dijeron a mi mamá: ‘Suegra, hizo bien la pega, preséntemela”.
Rosario aún no llegaba a la peluquería, pero había perdido de vista a los hombres y de pronto vuelve a escuchar las mismas voces: “Para dónde vai’ tan solita”: Cuando miró, confirmó que eran los mismos sujetos. “Tu mamá nos dio permiso para seguirte”, dijo el copiloto. Y sin sentirse intimidado, ambos rematan gritando: “¿Por qué no te sacas los pantalones? Te verías mejor sin pantalones”.
Ahí -comenta- se aguantó el miedo y les levantó “el dedo del medio”. Creyó que era buena idea para mostrar su enojo. Pero fue peor. Uno de ellos le respondió: “Así me gustan, cochinas”.
De pronto el auto se detuvo y el hombre que iba en el asiento trasero hizo el ademán de bajarse. Rosario cuenta que se desesperó y entró al primer local que encontró abierto y se quedó hasta que los sujetos desaparecieron.
“Desde ese momento, siempre comparto mi ubicación en tiempo real desde el teléfono, para que sepan dónde estoy”, confiesa la joven.
“Ese día iba con un jeans anchos, una polera que solo dejaba al descubierto sus brazos. Podría decirse que andaba ‘fea’. Iba a la peluquería a arreglarme las pestañas y el pelo, estaba sin maquillaje y desordenada y no sólo me acosaron a mí, también molestaron a mi mamá”, dice, comentando que desde ese día, sale siempre con algo de temor.
Y no solo la calle se ha convertido en un espacio difícil para muchas mujeres. “Catalina” cuenta a “El Observador” que tomó un bus vía aeropuerto, que, como a muchos estudiantes, la llevaría a Viña del Mar. Subió en el paradero 12 de “21 de Mayo”.
Al momento de pagar su pasaje decidió usar la tarjeta TNE que “era de una amiga, porque había perdido la mía, para poder pagar mil pesos en lugar de mil setecientos”.
El auxiliar tomó su pase y se le acercó al rostro, en tono burlesco, diciéndole “ésta no eres tú, no vas a pagar estudiante”. El plan no resultó. “Le respondí: Ok, cóbrame entero”. Pero el auxiliar siguió reprochándola, preguntándole a la joven qué sacaba con engañarlo.
“Mientras lo hacía, apoyaba su mano en el asiento donde yo estaba, se acercó más, aunque ya le había dado una respuesta”, detalla.
Decidió bajarse, pese a que el bus ya estaba saliendo de Quillota, a la altura del supermercado ACuenta. Cuando descendía del bus, el mismo auxiliar le tomó la polera, “me manoseó por todos lados, por debajo de la ropa”, comenta la chica. “No atiné a nada”, dice, contando que se devolvió a la casa, llorando.
EL ACOSO CALLEJERO YA TIENE SANCIONES
Testimonios de este tipo se multiplicaron en este reporteo: desde una adolescente de 17 años que debió bajarse del taxi colectivo pocos metros después, por los comentarios obscenos del chofer; hasta una joven promotora universitaria, que en su trabajo se le acercó un hombre impecablemente “terneado” para entregarle una tarjeta y ofrecerle un trabajo de escort.
Por eso, el tema es serio y, desde este año, ya tiene sanciones penales.
Bárbara Sepúlveda, vocera del Observatorio Contra el Acoso Callejero, recuerda a “El Observador” que desde mayo de este año se encuentra en vigencia la “Ley del acoso sexual callejero”.
“No es solo contra los piropos que alguien te puede decir en la calle”, dice, explicando que es más integral, pues caben dentro de esta nueva normativa los actos verbales o gestuales, donde la pena es una multa de 1 a 3 UTM; y las conductas de acercamiento o persecuciones, exhibicionismo o contenido sexual explícito.
“En estos últimos casos, se impondrá la pena de cárcel, de 21 a 60 días de prisión más una multa de cinco a diez UTM. Además, también existen sanciones por fotografiar o grabar en espacios públicos partes íntimas del cuerpo. En esos casos, se aplicará una pena de entre 61 a 540 días de cárcel, más una multa de 5 a 10 UTM. También la sanción se agrava cuando existe difusión de estas”, detalla.
Si existe esta ley, ¿por qué sigue siendo común que se viva a diario y a la vista de todos? El reporteo realizado reunió testimonios de mujeres de todas las edades y de diferentes características físicas, dentro de un rango cercano de tiempo y que sufrieron del hostigamientos en Quillota, La Cruz y La Calera. La facilidad al encontrar estos relatos en solo dos días, mostró que no estamos frente a casos aislados, sino a un problema que hay que enfrentar con seriedad.
Más aún considerando que, entre todas las opiniones, hay tres que advierten: “Esto es pan de cada día”, “Nos sucede desde los 12 años”, “no hay que ser ‘linda’ para que te pase”.