La escena del domingo 11 de marzo será terrible para todos los partidos de izquierda: su representante, la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet, entregará por segunda vez el poder a la derecha. Si el éxito de un gobierno se mide por la continuidad de las ideas que defiende (como pasó con la Concertación) podemos asegurar que a ella le fue muy mal, porque por segunda vez le entregará el mando a un político de derecha. Tropezó de nuevo con el mismo pie y con la misma piedra, porque se lo vuelve a entregar a la misma persona.
En resumen, en 16 años habremos tenido a dos personas gobernando Chile. De renovación política mejor ni hablar, porque los hechos están a la vista, aunque por primera vez haya una renovación tan grande en el Congreso.
Michelle fue también la primera mujer en asumir la Presidencia, la primera mujer en resultar electa dos veces para el cargo de Presidenta de Chile, la primera chilena que ocupa un cargo tan importante a nivel mundial en la ONU, la primera en ser candidata por el lugar que ocupaba en las encuestas, la primera en gobernar con mayoría absoluta en el parlamento en toda la historia de Chile.
Nunca mostró pareja, pololo ni novio. Gobernó los dos períodos sin que se le conociera o viera acompañada de un hombre que la amara, de alguien que la protegiera sentimentalmente y la acogiera con amor. ¿Tendrá pareja?
Los hijos no la acompañaron en su gestión. Durante el primer gobierno su hijo mayor y su nuera hicieron negocios desde un cargo vinculado al mundo asiático. Después lo puso como “Primer Hijo”, para que fuera como su marido en palacio. Fue peor.
Sin discusión la Presidenta cae por su hijo. Nadie le aconsejó que debería haber venido en traje de baño poco menos, desde su casa en Caburgua (cercana a la de Sebastián Piñera) para decirle al país por cadena de radio y televisión que no estaba de acuerdo con su hijo, que no lo dejaría ganarse ni un solo peso con información privilegiada y que lo obligaría a devolver cualquier ganancia que no le correspondiera. Se quebró como mamá, no lo enfrentó y el país no le perdonó esa crisis. De ahí para adelante, ella fue otra persona y para los chilenos su actitud fue inaceptable. Perdió credibilidad y su aprobación llegó a niveles muy bajos.
La recuerdo de maneras muy distintas. La primera vez que la vi era candidata a su primer periodo: la gente corría en la calle tras ella para tocarla (créanme, solo para tocarla, tal como se hace con los santitos de las Iglesias). Estuve con ella varias veces en el primer gobierno y se veía sólida, como mamá de Chile. Salió con más del 70% de aprobación y dejó el camino pavimentado para una segunda elección.
En el segundo período logró lo nunca antes visto: mayoría en el parlamento, lo que la llevó a pensar a ella y a unos dirigentes políticos y asesores, que podrían aprobar las reformas que se le vinieran a la cabeza, (de ahí viene la retroexcavadora-fundacional: podemos borrarlo todo y empezar de nuevo, igual que lo pensaron alguna vez Frei Montalva, Allende y Pinochet).
El nocaut (golpe bajo de izquierda) que le propinó su hijo la cambió para siempre. La doctora ha declarado que no volverá a la política.
Las dos últimas veces que la vi -una fue en La Moneda, cuando con el alcalde Luis Mella la fuimos a invitar para la celebración del Tricentenario- estaba cansada y desolada, sentada en el trono de O’Higgins, esperando que el tiempo pasara para irse a su casa. La otra vez fue cuando vino a Quillota, apurada, de pasadita, a inaugurar el Centro Cultural “Leopoldo Silva Reynoard”, pero nosotros la echamos de menos acompañándonos en el aniversario de la ciudad a la que tantas obras millonarias le entregó.
Hay decenas de obras importantes que serán su verdadero legado en nuestra zona y por las cuales aquí será recordada con gratitud.