La infancia de Manuel Jorquera no fue para nada fácil, pero él se sobrepuso a las circunstancias y llegó a ser sargento de Carabineros
LIMACHE.- Manuel Jorquera Ovalle se crió entre Limache y Quebrada Alvarado, en Olmué, pues sus padres se separaron cuando él apenas tenía siete años.
Esta separación marcó un antes y un después en su vida, pues a partir de entonces quedó a cargo de su padre y también de sus abuelos paternos, ya que su madre inició una vida nueva, más alejada de él.
“Yo estudiaba en la Escuela Teniente Hernán Merino Correa y llegué solo hasta el sexto año básico. Como no tenía apoyo para estudiar, porque mi papá tenía problemas con el alcohol y mi mamá no estaba, me empezó a ir mal y dejé de estudiar”, recuerda.
Pero además, Manuel pasaba días enteros solo. “Yo vivía en la población Andrés Bello, en el pasaje Norte, me acuerdo que la vecina Paty me daba almuerzo y que la señora Ali me dictó cómo hacer mi primera comida. A los nueve años hice mi primer arroz y me quedó bueno”, rememora.
Así, a los 11 años, Manuel se levantaba de madrugada a regar hectáreas de cebollas o a cargar camiones. “También le manejaba un tractor a un caballero de Trinidad que le dicen ‘El cabeza de chucho’; después a los 13 años empecé a trabajar en construcción y después estuve en el taller mecánico del ‘Che’”, recuerda.
Más tarde terminó su educación básica gracias a un programa del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), “yo pertenecía a un grupo de rap y a través de eso llegué al Serpaj, donde pude terminar el séptimo y octavo básico”, explica.
A los 14 años Manuel pasaba días enteros dependiendo de sí mismo y con “malas juntas” que lo llevaron a la marihuana. Pero al parecer su destino estaba trazado y un personaje -el más impensado- llegó a “ponerle las peras de a cuatro”. “Una vez se me acercó un amigo mayor que era un delincuente de Santiago y me dijo ‘mira weón, voh no soy pa esta cuestión, voh soy inteligente, así que si te veo fumando o aspirando neoprén, te voy a sacar la c…’. Yo lo miré mirando y no me olvidé más, pero hoy él está preso por delitos grandes, nunca pudo salir de eso, pero el susto que me dio fue tan grande que nunca más probé la marihuana”.
Ya mayor, a los 18 años, tuvo la idea de partir a la Argentina con un amigo. “Yo había hecho un curso de ayudante de mecánico, era un curso corto de seis meses, y me fui a Argentina. Allá me morí de hambre… cuando volví, a los 20 o 30 días después, mi papá no me conoció”, recuerda con voz entrecortada.
Después de su fallida incursión trasandina, decidió hacer el Servicio Militar en el entonces Regimiento de Caballería de Quillota. “Allá, como yo tenía conocimiento de los caballos porque mi abuelo me había enseñado, llegué a ser ordenanza de un oficial que me daba vales para alimentación y plata para pasajes”, comenta.
Fue así como una cosa llevó a la otra y tras un año en el Regimiento se atrevió a postular a Carabineros. Había completado la educación media en la modalidad nocturna y junto a otro ex conscripto logró ingresar a la institución en la que ha permanecido hasta hoy. “Cuando yo era chico, mi abuelo y mi tío Lolo me pidieron que fuera carabinero y les dije que bueno”, cuenta y aunque su papá no creyó que tuviera “dedos para el piano”, Manuel logró convertirse en funcionario de la institución, aunque para ello le pedía plata prestada a su tío “Chico” Ovalle para las salidas o quedarse en la escuela por semanas porque no tenía dinero para el pasaje.
Hoy Manuel es un sobreviviente de la vida y un agradecido de ella, pues cuenta que sus sueños se han hecho realidad. Hoy es sargento segundo, se casó con Tania Suárez Garrido, una mujer igualita a la de sus sueños, a quien también ayudó a sacar sus estudios de técnico en enfermería y hoy tiene dos niños a los que ama con abnegación.
“El trabajo de carabinero es muy bonito, yo siempre he tratado de ayudar a la gente y darles una solución. Pero yo trabajo mucho en el tema de las drogas, porque ahora casi todos mis amigos de infancia están metidos en eso, y cuando voy al barrio casi siempre me dicen ‘oye Jorquera, tú has sido el único que lograste salir de aquí’”, cuenta con orgullo.
“Siempre le digo al delincuente joven que la vida se la hace uno. El tema del papá o la mamá no es excusa, porque el querer ser mejor va en uno. Yo le agradezco a mis abuelos, a mi tío Lolo, a mi papá… ellos me han ayudado de distintas maneras”, concluye este hombre que le ganó el “gallito” a una infancia difícil y que hoy es un ejemplo para su comunidad.