Estuve en un equipo de prensa cuando visitó Chile Juan Pablo II. Lo vi de muy cerca y sentí las descargas emocionales que producía en la gente. Estuve con él en Rodelillo, en una visita a enfermos, en una capilla donde oró y en el Estadio Nacional.
En todas partes produjo conmoción, estremecimientos en el corazón de las personas, nuevos ánimos y un fervor que es muy posible vuelva a repetirse a contar de mañana en miles de chilenos. Juan Pablo ya se sentía santo, ya tenía una vida entera dedicada a sanar nuestras sociedades, a contribuir a la paz, a ayudar a mejorar espiritualmente a las personas.
El país era distinto. Estábamos a un año del plebiscito del Sí y el No, todavía bajo el mando militar pero ya comenzando a sacudirnos de la pesada atmósfera nacional por tener que vivir sin democracia. Juan Pablo fue luminoso en sus discursos y abrió un espacio de diálogo que contribuyó de manera determinante en el cambio de clima político del país.
En 1987 todos los sectores del país querían que el Papa viniera y abriera esa ventana que nos daría un nuevo aire, sin tener que destruir la casa. Hoy en día la visita del Papa tiene muchos rechazos, tanto porque ha bajado el número de católicos en Chile, (antes cerca de un 60% se autoproclamaba católico y ahora apenas el 36%) como porque hay nuevos factores que deben conjugarse, como los casos de abusos sexuales, las proclamas de la izquierda en su contra, el reclamo de los que no querían día festivo o de los que reclamaron tanto por la cantidad de dinero y movilización de funcionarios que deberá realizar el Estado de Chile.
“Siempre habla claro, y además, es jesuita y argentino, lo que lo hace más locuaz, más cercano y más latinoamericano. Siempre habla de todo. Siempre conmueve y entusiasma”
Sin embargo, con todo lo que se quiera decir para discutir su presencia, será igualmente aclamado por millones de chilenos fervorosos, que escucharán su palabra, seguirán su misa y sus pasos por donde quiera que vaya en estos tres días, que estarán marcados, de la mañana a la noche, por su blanca figura.
Resulta inútil discutir la autoridad moral que significa el Papa, o el poder de su palabra profunda y armónica con los nuevos tiempos. A los separados les dijo que lo que importa es el amor y que tenían derecho a volver a comenzar. A las madres que usaban métodos anticonceptivos les dijo que podrían volver a comulgar. A los empresarios les dijo que tenían el mundo contaminado y que ello se producía porque era más negocio fabricar despreciando las normas ambientales y descuidando a la Tierra, el único planeta que tenemos para vivir.
Siempre habla claro, y además, es jesuita y argentino, lo que lo hace más locuaz, más cercano y más latinoamericano. Siempre habla de todo. Siempre conmueve y entusiasma.
Hay que tener presente que le tocó un período muy duro y que fue elegido en el Vaticano para avanzar en la normalización de la Iglesia Católica, que sufría malversaciones en sus fondos y grandes confusiones en la conducción de sus pastores. Hay que recordar que el Papa anterior no murió, (como es lo habitual para el término de su mandato vitalicio) sino está renunciado, como no ocurría hace casi mil años.
Prestémosle atención a las palabras y a los gestos de este Papa Francisco que siempre se atreve con los temas más espinudos, pero aportando su visión firme y resuelta sobre el comportamiento humano.