Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Ver robar en un supermercado es un hecho repetido, un hecho común y corriente, que ya parece no asombrar a nadie. Los robos en los supermercados son la mejor radiografía de lo peor del chileno.
Cuando uno pasa comprando con el carro, puede ir descubriendo decenas de envases vacíos de productos consumidos que no fueron pagados. Son las huellas de los ladrones. Cuando uno decide comprar algo y abre una caja, comprueba que le faltan algunas partes. Son las huellas de los ladrones. Cuando uno va a comprar una botella o cualquier producto de más valor, sólo aparece la caja en la estantería, porque temen que sea sustraída. Son las huellas de los ladrones.
Hemos denunciado en estas páginas los más diversos tipos de robos en supermercados. Mecheras que cargan mercadería debajo de sus vestidos. Robos de ropa que se hacían en los probadores. Ladrones que van sumando con calculadora para que, si los pillan, el robo sea por una cantidad en que los mandan al Juzgado de Policía Local y no a la Fiscalía.
He visto el libro de anotaciones de tres supermercados, donde registran a las personas que hurtan productos y puedo decir que hay de todos los niveles sociales y económicos.
Vi a un padre pegarle a un hijo de diez años porque el cajero descubrió que llevaba cosas en los bolsillos. Por los gritos que daba el padre contra su hijo, entendí que le pegaba no para castigarlo porque estaba robando, sino porque era un tonto al que habían pillado.
Un gerente de supermercado decía que los “clientes” robaban entre el 2% y el 5% de las utilidades mensuales. Que el robo cruza todas las clases sociales y es casi como una manía inevitable de muchos sectores de la población. Para controlar esas ansias de robo, los supermercados deben contratar a muchísimos guardias de seguridad, muchos más de los que deberían tener. Incluso confidenció el ejecutivo, que debían ser varios en un mismo horario para que entre ellos se ayudaran y se pudieran anular las posibilidades de robarle al establecimiento.
Los guardias de seguridad se han ido transformando casi en una nueva raza, herencia de la dictadura militar que gobernó Chile y su sistema de “inteligencia”.
La mayoría son ex uniformados, ex algo de alguna parte. Dotados de un alto poder al interior de los supermercados, tienen la fuerza y la audacia para poner en duda la honorabilidad de todos los que pisan el local. Sálvese quien pueda. Hace un tiempo se echaron encima hasta a un Fiscal, al que le dieron incluso algunos “golpecitos”. Les basta una sospecha para tumbar, revisar, desnudar, abusar, pegar, poner esposas, gritar un poco y seguir hablando por el interno con alguien que uno se imagina está frente a numerosas cámaras de vigilancia.
Pero, para ser justos, son un mal necesario. Sin ellos la gente robaría cien veces más. No tenemos los carabineros que necesitamos para las poblaciones y las calles, menos habrá para que cuiden los supermercados. Por lo tanto, a falta de pan, buenas son las tortas, aunque en algunos casos se trata de “pasteles”.
El día que no sean necesarios los guardias de seguridad, habremos transformado a Chile en un país de pura gente honrada. Y ese día podríamos además celebrar el Día del Níspero.
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