Roberto Silva Bijit
Si queremos salvar nuestra convivencia democrática, tenemos que entender que se ha fijado para el domingo 26 de abril la fecha en que se realizará un plebiscito en Chile, destinado a definir si queremos aprobar un cambio de Constitución o queremos rechazar ese cambio. Ese es el tema principal.
Lo fundamental es el respeto, lo fundamental es rechazar todo tipo de violencia.
Tanto los que rechazan como los que aprueban merecen respeto a sus ideas, a sus principios, a sus convicciones. En términos democráticos da lo mismo si aprueban o rechazan, lo que importa es que su posición sea respetada. El resultado de las urnas dirá qué es lo que la mayoría de los chilenos querían hacer con su ley principal.
En toda su historia el país ha tenido tres constituciones importantes, que han permitido gobernabilidad. La de 1833, de los tiempos de Diego Portales; la de 1925, de la época de Arturo Alessandri y la de 1980, del general Augusto Pinochet. La primera duró casi cien años, la segunda poco más de 50 años y la última, 40 años, pasando por una dictadura militar, gobiernos demócrata cristianos, socialistas y de derecha. Como la del 80 era un traje a la medida del dictador, le fueron haciendo todo tipo de reformas. Tiene poco más de cien artículos y le han hecho 230 reformas, por lo tanto, no se sabe de quién es la actual Constitución, pero igual tiene el pecado de haber nacido en dictadura y eso la hace ser débil y cambiable.
En poco menos de dos meses deberemos votar por la nueva Constitución y después, en octubre, votar por los delegados que trabajarán en la elaboración de la nueva Constitución. Es tan necesariamente modificable que los que promueven el rechazo hablan de rechazo con reformas. Es decir, nadie está contento con la actual Constitución, ya sea por su origen o por su contenido.
Por la forma en que se prepara este plebiscito tendremos pocas opciones de reflexiones profundas. Todo será superficial. Estamos en contra porque estamos en contra y estamos a favor porque estamos a favor. Poco debate constitucional, poca discusión de contenidos, mucha gesticulación de forma. Lamentable, porque será difícil que nuestras comunidades puedan participar en forma informada de lo que votaremos el 26 de abril. Y la razón es que es muy complejo que votemos por un tema tan espinudo con tan poco debate.
Lo ideal sería que la gente de izquierda, de centro y derecha, les pidiera a sus abogados constitucionalistas (la mayoría profesores de universidades) que nos presentaran modelos de Constitución y nosotros leyéramos esos textos y eligiéramos entre ellos. Es decir, que la propuesta venga de expertos que nos hagan pensar en la forma en que debe ser redactado un texto de esa importancia y nosotros aprobáramos una de ellas. Será más fácil leer un texto completamente redactado y con las intenciones políticas escritas, que suponer tantas cosas como las que hoy se dicen a espaldas de los expertos.
Creemos que los ciudadanos merecen un trabajo responsable de los diversos grupos políticos. No podemos aprobar una Constitución con puros eslogan, frases bonitas o ideas incompletas. Necesitamos un texto más definitivo que podamos leer y discutir, algo más concreto que esas tantas cosas que hoy se dicen sin fundamento.
En pocas palabras, necesitamos que los políticos se tomen más en serio su trabajo y nos ofrezcan textos definitivos sobre una nueva Constitución (o sobre la misma reformada) para pensar y votar en conciencia.