En sus 52 años de historia, muchos han llevado las páginas del diario a los distintos rincones de las comunas. Aquí presentamos las historias de dos de ellos.
Alfredo Vásquez: a sus 75 años pedalea 14 kilómetros semanales repartiendo el diario
Alfredo Vásquez Donoso tiene 75 años y vende el “El Observador” desde 1981, es decir, desde hace 41 años. Es el suplementero más antiguo en Quillota.
Cada martes y viernes llega, junto con otros seis suplementeros, a buscar los diarios alrededor de las 6 de la mañana.
Con cerca de 200 diarios en su poder, se instala en la esquina de Yungay con Blanco en Quillota y comienza a venderlo desde las 06:30 de la mañana, a los conductores que circulan por ahí.
Cuando son las 09:45 horas, su esposa, Mirta Figueroa Toledo, lo reemplaza en esa labor y él se marcha en su bicicleta, con cerca de 115 diarios, a venderlos por las poblaciones Santa Teresita, Corvi, Villa Cervantes, O’Higgins, Villa México hasta llegar a la Escuela de Caballería, San Isidro, Pueblo Indio y La Tetera.
Alfredo estima que pedalea unos siete kilómetros cada martes y viernes. Casi siempre vende todos los diarios que recoge de la oficina de La Concepción 277.
Si le va bien, a las 15 horas ya está almorzando con su señora en la casa y el resto del día, ambos descansan y comparten.
Antes de dedicarse a vender el diario, Alfredo trabajó en la ex fábrica Said de Quillota. “Con el golpe militar, me despidieron por mi forma de pensar sindicalista. Entonces me fui para Argentina, estuve ocho años allá trabajando en construcción. Y resulta que cuando regresé a Chile el año 81, me volví pequeño comerciante, compré un quiosco y me instalé en el sector Corvi en Yungay”, cuenta Alfredo, el suplementero más antiguo de “El Observador”.
“Ahí, un conocido mío que trabaja en El Mercurio me dijo ‘deberías dedicarte a vender diarios’ porque para los sectores rurales, en la Escuela de Caballería, San Isidro, Pueblo Indio, La Tetera, había un tipo que vendía ahí y se fue justamente a Argentina, y dejó todo botado’ (…). Entonces ahí lo tomo yo y me gustó, porque se vendía y todavía se vende harto el diario”, dice Alfredo Vásquez.
Fue así que, con su esposa, Mirta, partieron primero vendiendo el periódico en su negocio, además de verduras y mercadería. “Yo salía a venderlo en bicicleta, después seguía en el negocio atendiendo. Le dimos con todo, eso nos trajo bienestar económico. Yo soy un agradecido de ‘El Observador’ porque fue muy bueno y siempre hemos vendido hartos diarios”, dice el suplementero.
A modo de ejemplo, explica que el viernes 26 de agosto, vendió 199 de 200 diarios. “Lo otro es que a mí me gusta la calle y me gusta vender diarios”, dice, agregando que “nosotros somos ordenados, tratamos de no devolver ningún diario, ese es el lema”, indica.
“A la gente que trabaja aquí, que va al centro, el contador de oficina, yo le amarro el diario en el portón de su casa y después a fin de mes, les cobro. Tengo muchos clientes así”, cuenta el suplementero, que a sus 75 años pedalea 14 kilómetros a la semana. “Tengo mis años, pero me mantengo bien gracias al esfuerzo de la bicicleta”, expresa el suplementero.
Alfredo Vásquez calcula que recorre unos siete kilómetros cada martes y viernes. “Yo llego allá, entro a las parcelas, salgo, me meto en una calle, voy a la otra. Hay dos poblaciones nuevas que se hicieron”, dice.
Además de ejercitarse pedaleando, Alfredo ha dedicado parte de su vida al deporte, formando parte de clubes amateur de fútbol. En Mendoza en Argentina, vistió los colores del club “Inter Chile”, el cual estaba integrado por compatriotas de nuestro país. Asimismo, en Quillota jugó por el club “Audax Junior”.
UNA PERSONA AFORTUNADA
Una de las cosas que valora de su presente Alfredo Vásquez es poder tomarse unos meses de vacaciones en el verano.
“Llega diciembre, el último día y yo desaparezco. No vuelvo hasta marzo. Yo allá en la caleta Los Molles, a saber hace unos 40 años, compré un terreno, hicimos una casita y tengo amigos que tienen botes, entonces por ahí les coopero y tengo ayudas con ellos, ayudas de todo tipo, ya sea en pescado o en monedas”, cuenta.
“Yo voy a Los Molles, por ejemplo, con 100 mil pesos y vuelvo con 500 mil”, señala el vendedor.
Para él, es clave retribuir la ayuda y ser agradecido con las personas solidarias. “Dentro de lo chueco que está el planeta, uno trata de ser solidario, sobre todo con la gente que necesita, que necesita un trabajo. Uno les coopera, no miro si es extranjero o es chileno. Si yo puedo ayudarlo, lo ayudo, porque yo sé que el Todopoderoso me ayuda a mí”, expresa.
Pablo Hurtado: 46 años como suplementero en La Calera y con récord de ventas
Pablo Hurtado Hurtado es el suplementero más antiguo del diario “El Observador” en La Calera. Partió en 1976, hace 46 años, cuando tenía unos 23 años de edad. Pero, además de ser el más antiguo vendedor del diario, es también quién más vende: entre martes y viernes reparte unos 940 ejemplares.
Comenzó a trabajar desde pequeño como comerciante. No conoció a su padre y su mamá falleció cuando tenía sólo siete meses de edad. Él era el menor de seis hermanos y cuando tenía ocho años pudo ver por primera vez a uno de sus hermanos, ya que cada uno se crio con distintos parientes.
“Empecé ganándome las monedas y siempre buscando la plata. Me dio resultado porque resulta que como era conocido de niño, por mi honradez y solo contra el mundo, tenía que superarme, tenía que pensar con inteligencia las cosas”, cuenta Pablo Hurtado.
Así partió con distintos trabajos, como ayudante de aseo, ayudante de cocina, maestro de cocina, hasta que se dedicó a vender paquetería, recorriendo varias ciudades de Chile. “Después me aburrí de viajar y un día vine y dije, ‘¿por qué no mejor no me pongo a vender diarios si estoy aquí en La Calera?’, porque era muy conocido desde niño”, dice, agregando que esa fue la clave de su éxito.
“Yo vendía paquetería en La Calera, vendía de todo, máquinas de afeitar, blusas para damas, de todo. Tenía buena vista para la mercadería, si yo veía unas cosas que me gustaban en Santiago, me traía una docena y como era habiloso, en la distribuidora ya me conocían. Me dio resultado la vida que tengo y estoy orgulloso de ser suplementero”, cuenta.
“Cuando empecé a vender diarios, los suplementeros que había se admiraban porque ellos se llevaban 20 o 30 diarios y yo en la semana ya estaba vendiendo 50. Al mes, yo pasaba los 100 y se preguntaban cómo. Porque, claro, yo tenía clientes de otros rubros que me conocían, que me decían ‘Pablito, ¿sabís qué? véndeme todo el diario mejor, tráemelo para acá’ Y resulta que yo he llegado a vender mil observadores por semana. Porque me traía 350 el día martes y 650 el viernes. Ahora me ha bajado un poquito, lógico”, dice Pablo Hurtado.
Tras retirar el diario el día martes, comienza su ruta en bicicleta desde el parque municipal de La Calera, pasando por todo el centro, Carrera, J. J. Pérez, Caupolicán, Aldunate, Huici, Latorre, hasta para abajo, por calle Chañaral y Dr. Alonso Zumaeta, por varios pasajes, hasta finalmente llegar a la calle Bernardo O’Higgins, en el límite con la comuna de La Cruz.
“Tengo una bicicleta antigua con una caja en la que caben más de 200 diarios”, dice.
“Los días viernes salgo en el auto, mi cuñada me maneja el auto porque ahí son más de 700 diarios, de distintas empresas”, agrega.
Su vida de comerciante le ha servido para hacerse de un nutrido conjunto de clientes fijos, que le pagan de forma semanal, quincenal y mensual. “Tengo algunos que me pagan cada dos meses, pero no importa, ellos son clientes antiguos así que yo sé que son responsables”, asegura.
“Hice un catastro para tener a todos los clientes fijos, porque no faltaba el que me compraba 20 o 30 y nunca me pagaba. Hasta 50 lucas me debían y sigo esperando. Cuando me muera voy a ir a cobrarles”, comenta riendo.
UN TRABAJO HECHO CON HONRADEZ
“De los clientes, se me han ido los abuelitos y me compran los hijos. Ya después se van los clientes y quedan los familiares. Me dicen ‘Pablito, se fue, pero trae el diario igual’, porque están acostumbrados, uno los conoce”, cuenta.
Para él, una de las claves de su éxito es ser una persona honrada. Cuenta que, a lo largo de los años, se ha encontrado carteras en el suelo con variadas sumas de dinero. Teniendo el carné, ha logrado contactar a los dueños. “A mí no me gusta la plata ajena”, dice. Una vez encontró una cartera que contenía el dinero de la jubilación de una mujer que no era clienta de él. Logró devolverla, ya que ella se encontraba cerca. Cuenta que estaba muy agradecida. “La señora me dijo: ‘cuando vaya a la Iglesia, siempre voy a rezar por usted’”, recuerda con satisfacción.
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