La visita del Papa a un país siempre será un hito importante, porque se trata de un líder espiritual, que mira distinto lo que está pasando y que propone ideas sobre la vida de los seres humanos.
Hace 30 años estuve dos días en la comitiva de prensa que acompañaba al Papa Juan Pablo II. Una experiencia inolvidable, por la fuerza de su presencia, por la manera que abordó a Chile en un momento tan crítico, al final del gobierno militar, con un país dividido y herido. Su palabra fue un llamado al retorno a los valores clásicos de las personas, como la libertad, la democracia, el respeto.
Lo vi orar y uno podía sentir la energía de su fe y sus convicciones que irradiaba. Caminó entre la gente, dio la comunión a enfermos y discapacitados, habló de la buena política, compartió su propio Jesús, no le tuvo miedo a nada y nos dejó un mensaje de esperanza y liberación. Sabio y santo.
El Papa Francisco es otra cosa. Va más directo y profundiza en todos los temas. No se achicó (aunque no nos guste) para hablar del mar en Bolivia o referirse a la ex presidenta de Argentina, doña Cristina, con la que tuvo tantas diferencias. Habla de fútbol o del amor con la misma sencillez y claridad. Es latino y argentino.
Para entender su visita hay que comprender que por primera vez en más de mil años no había dos Papas vivos, ya que la misión de ellos es morir en el cargo y al interior del palacio. Pero hoy día la crisis por la que atraviesa la Iglesia es tan profunda que hizo que el anterior Papa renunciara. En ese escenario hay que entender al Papa Francisco.
Para dimensionar al visitante que estará en Chile cuatro días de enero (del 15 al 18) debemos pensar en sus últimas y significativas encíclicas.
Este Papa se mete en los problemas y ofrece caminos para transitarlos. A los homosexuales les dijo que eran libres de amarse, pero que casarse era materia de heterosexuales”
En la primera se refiere a los temas medioambientales de una manera muy lúcida, abriendo una responsabilidad para los fabricantes de la contaminación y para los que comprando sus productos continuamos contaminando. Hay una reflexión sobre esta única Tierra que tenemos para vivir y un verdadero canto de admiración por la naturaleza, la obra de Dios, como lo señala. Sugerente y valiente su óptica medioambiental, propia de un cristiano comprometido con su entorno.
La otra encíclica es sobre el amor, como hilo conductor de la vida de los seres humanos, como motor y sentido de la vida. Va tan adelantado en los temas de nuestra sociedad, que aceptó que una pareja se puede separar si ya no tiene el amor que la sustenta. Agregó cierta libertad para las mujeres que usan anticonceptivos y les pidió a los sacerdotes que perdonen el aborto. Muy adelantado para lo atrasada que generalmente va la conservadora Iglesia católica en los temas que más preocupan a sus fieles.
Este Papa no es como los anteriores. Este Papa se mete en los problemas y ofrece caminos para transitarlos. A los homosexuales les dijo que eran libres de amarse, pero que casarse era materia de heterosexuales. Va a los lugares de conflicto y allí expresa su mensaje sin contemplaciones ni cálculos de ningún tipo.
El mejor ejemplo lo tenemos en las dos ciudades de regiones que eligió para su visita a Chile. Estará donde las papas queman. En el convulsionado mundo mapuche, que lleva 500 años peleando y que en los últimos años ha generado confusión por el grupo terrorista que se mueve en las sombras de la Araucanía, y en Iquique, centro de la inmigración al país, donde los miembros de los pueblos del norte de América Latina se han instalado a construir su nueva vida, amparados por la hospitalidad de nuestro país.
Esperemos que en Santiago lo podamos ver, que vaya como Juan Pablo II al Estadio Nacional o a otro lugar donde podamos escucharlo y verlo vestido de blanco, con menos adornos que los Papas anteriores, pero con la voz muy firme y decidida para hablar de los grandes temas que conmueven al hombre y la mujer de hoy.