Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Mi hermana mayor, Olga, se casó con Hernán Guerrero López, que era oriundo de Iquique. En esa familia del norte, una bisabuelita de Hernán, que se llamaba Juana Rosa Gallardo López, contaba que vio el cuerpo de Arturo Prat en el muelle de Iquique, el mismo día 21 de mayo de 1879. Ella tenía 6 años y recuerda que junto a otros niños, ya casi al finalizar el combate, bajaron hasta el muelle y vieron la figura de un hombre que estaba con su uniforme roto y sangrando. Dice que después lo taparon con un paño negro. También dice que al rato trajeron otros cuerpos y los dejaron en el borde del muelle de madera. Juana murió en 1963, así es que tuvo tiempo de contar todo lo que su memoria guardó hasta el último día de su vida.
Ella también recordaba que un hermano que combatió en la Guerra del Pacífico contra los peruanos, murió y fue sepultado como héroe, en una ceremonia en la que llevaban su caballo blanco delante del féretro, entre la iglesia y el cementerio, con gente marchando con uniformes, banderas y antorchas para iluminar la noche. No se olvida que otro hermano habría enterrado un tesoro (o sea, monedas de oro y plata que estaban en una casa) en el sector norte del pueblo de Huara y que hicieron un plano para ir a buscarlo después de terminada la guerra. Nunca lo pudieron sacar porque apenas comenzaban a excavar, se escuchaban los gritos de soldados combatiendo y relinchos de caballos. El miedo los hizo abandonar la misión, pensando además que esos soldados estaban custodiando el tesoro. Lo intentaron varias veces, pero fue en vano.
Es que lo de los “entierros” en el norte durante la guerra fue más común de lo que uno se imagina. La misma señora que vio a Prat en el muelle, recuerda que una sobrina de nombre Agustina, encontró un capachito lleno de monedas de oro en la playa de Cavancha y que con esas monedas se pagó toda su educación, titulándose de profesora y haciendo muchas cosas más con ese dinero. Los capachos eran bolsitas que se hacían de cuero.
Como sabemos, en un gesto heroico, pero muy bien pensado, Arturo Prat trató de atacar al imponente “Huáscar” abordando el buque apenas la nave peruana espoloneó a la corbeta chilena. Cayó muerto en la cubierta del buque enemigo, pero los peruanos -admirados de su valentía- lo rescataron y guardaron su espada, que después el comandante Grau enviaría a la esposa de Arturo Prat, la quillotana Carmela Carvajal Briones.
Desde el “Huáscar” lo llevaron al muelle y lo dejaron allí para se procediera a su sepultura. Otros botes del buque fueron rescatando a marinos chilenos que nadaban hacia la orilla después del glorioso hundimiento de la “Esmeralda”, con la bandera al tope. El tricolor fue lo último que desapareció. Los chilenos fueron tomados prisioneros y encerrados en el histórico edificio de la Aduana, que se conserva como monumento nacional hasta hoy día.
Dejaron el cuerpo de Prat en el muelle porque el “Huáscar” tenía que salir persiguiendo a la “Covadonga”, que a su vez escapaba del buque peruano “Independencia”. La historia final la conocemos bien: la “Independencia” encalló, la “Covadonga” la cañoneó y dice Condell que habría arriado su bandera para rendirse. Cuando llegó el “Huáscar” al lugar y vio el desastre que se había producido, decidió quemar el buque para no dejarles nada a los chilenos.
La historia de la señora que vio a Arturo Prat muerto en el muelle de Iquique, ratifica los hechos que han logrado precisar los historiadores. La memoria también es historia.
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