Foto referencial: miciudadsumergida
El ser humano es constitutivo de miedos y fuerzas. De una lucha constante por sobrevivir y pasar muchos años en la tierra. En su momento toda valentía y templanza era representada por la figura del hombre. Sin embargo, con el paso de los años y la demostración de las justicias y los derechos, la mujer también quiso tener parte en la historia pública. No obstante, el reconocimiento social ha sido escaso y se siguió relegando su figura a las áreas domésticas, ocultando su participación y protagonismo en las artes, en la ciencia, siendo quizás la literatura uno de los pocos nichos donde pudo figurar sin ser mayormente vapuleada.
Este podría ser un relato del siglo XIX. Sin embargo, la mujer hoy usa jeans, zapatillas y salió al mundo laboral, no solo por el reconocimiento, sino también para ayudar a mantener el hogar, pues con el paso de los años las justicias y los derechos se fueron reduciendo y quedando a merced del poderío económico.
Es en ese escenario donde hoy ubicamos a nuestras mujeres. Y no me gusta la palabra “esfuerzo”, pues no es el “esfuerzo” lo que nos condiciona a sobrevivir. Es algo más allá, es la oportunidad de saber. Miremos las caletas de pescadores de Quintero y Puchuncaví, llenas de mujeres que aprendieron oficios para poder mantener a sus familias. Suplementeras, vendedoras de pescado, pescadoras, artesanas, estacionadoras de autos, tejedoras. Todas debieron esperar mucho tiempo para obtener un espacio en el mundo laboral dominado por lo masculino.
Hace dos semanas, el temporal y las marejadas derribaron la sede del Centro de Madres de Horcón. Ese lugar, que muchos asocian a onces, juegos de mesa y conversaciones, era también era un lugar de trabajo comunitario e independiente, donde esas mujeres se dedicaban a las confecciones, tejidos y artesanía, que vendían en la misma sede.
Hoy, el lugar no existe. Así como muchos otros kioscos, y pequeños comercios que estaban a la orilla de la costa. Sin duda, las gestiones de reconstrucción no pueden tardar, pues el comercio es uno de los pocos rubros donde las mujeres costeñas han podido refugiarse, sin tener que dejar ni su tierra ni su independencia.