La guerra y la muerte, que indiferentes estamos mirando por televisión

Publicado el at 10:44 am
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Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”

“Ya no como, ya no duermo, apenas logro calentarme un poco de agua para el té, no tengo fuerzas para nada. Los rusos mataron a mi hijo, Sasha, cuando estaba ayudando a evacuar a otra gente. Un tanque le disparó cuando estaba en su auto y después, el tanque aplastó a su auto, le pasó por arriba…Nadie pudo reconocer el cuerpo de Sasha porque lo machacaron, lo aplastaron. Los rusos que pasaron por aquí son animales, son bestias, díganle al mundo qué clase de animales estuvieron aquí”, pide a gritos Ustina Ivanivna, una mujer de 73 años que muestra todo el horror de la guerra que hace 40 días miramos por televisión, como si fuera una teleserie de pesadillas.

La muerte de Sasha ocurrió al norte de Kiev, en la pequeña ciudad de Hostomel, que está sin luz, sin agua, sin gas, sin teléfonos, sin centros comerciales, con decenas de edificios destruidos y centenares de casas destrozadas. Tanques y autos quemados, cuerpos en las calles y muchos otros tipos de escombros que va dejando la guerra. Todos los habitantes han tratado de escapar. La única médico que se quedó, Olena, cuenta que vio morir asesinada a su mejor amiga y sus dos hijos de 12 y 14 años, que el consultorio quedó arrasado porque fue tomado como dormitorio por las tropas rusas, que dejaron botellas de alcohol vacías y las típicas cajas verdes de alimentación que le dan a los soldados. Cuenta que la ciudad era linda, que vivían contentos y hoy es una catástrofe, todo destruido y quemado.

En plena Semana Santa, donde lo que conmemoramos es la muerte de un profeta que vino a traernos un mensaje de paz y amor, tiene sentido reflexionar sobre la borrachera de muerte y violencia que están viviendo en Ucrania a raíz de la invasión rusa. Todos los días pasa algo peor. Todos los días decenas de muertes. Todos los días muchísimas declaraciones mientras los tanques y los fusiles siguen descargándose en contra de seres humanos inocentes, que la vida los puso en un territorio donde la sangre, el dolor y el miedo han sido los protagonistas.

¿Cómo un político como Putin puede cambiar la vida de millones de personas por ansias de poder y territorio? Los jerarcas dan la orden y miles de personas mueren por su antojo de tener un país más grande, que cada vez se pueda parecer más al imperio de los zares rusos. Hasta en nuestros supermercados y en las bencineras vivimos el drama de la guerra, con alzas de precios que se explican en parte por el conflicto, en parte por nuestra propia inflación.

Los últimos despachos de la guerra dicen que la estratégica ciudad puerto, Mariúpol, estaría a punto de caer en manos de los rusos, que se han ensañado con ella. Ya confirman más de 10.000 muertos y el alcalde de la ciudad estima que la cifra podría subir a los 20 mil muertos. Esto es la guerra a la que estamos asistiendo desde lejos, en silencio, observando cómo millones de familias viven una aguda e insostenible crisis. Pero no es la única guerra. Hace 73 años que combaten palestinos contra israelitas, mientras nosotros miramos el conflicto como algo ya establecido, casi “normal”, una guerra a la que nos hemos “acostumbrado”. Pero si fuéramos parte de las familias de la guerra, donde quiera que la guerra se encuentre, entenderíamos que la vida está en juego, que todos nuestros sueños se podían venir abajo por culpa de uno o varios locos con poder.

El juego de la política, de las elecciones, de las votaciones y de la democracia, tenemos que cuidarlo, defenderlo, para evitar que por error o indiferencia nos termine gobernando alguien al que poco le importa nuestro destino.

No nos acostumbremos ni a la guerra ni a la violencia. Tarde o temprano despertaremos dominados por el miedo o la muerte.

 

 

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