La dependencia tecnológica nos aleja del indispensable cara a cara

Publicado el at 7:26 am
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Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”

Cada vez hay más gente que mira durante horas y horas su pantalla del celular, sin saber nada de lo que está ocurriendo a su alrededor. Pegados, dependientes, intoxicados, como queramos llamarlos, pero finalmente, ajenos a su entorno y volcados a sí mismos, no dejando espacio para esa vital relación cara a cara que necesitamos los seres humanos para poder compartir.

El problema se agranda y cada vez hay más dificultades para conversar al interior de las familias, en la intimidad de las parejas, en las reuniones sociales, porque siempre hay quienes se encuentran pegados a su pantalla, escribiendo, leyendo, mirando, concentrados en algo lejano a lo que hacen los que lo rodean.

En el bus, en el metro, en la sala de clases, en conferencias, en el cine, y ni hablar en el trabajo, en todas partes hay gente que no puede seguir respirando si no se siente conectada.

En Estados Unidos ya existen las clínicas para la desintoxicación. Un lugar alejado de la ciudad donde las personas permanecen tres o cuatro días sin conexión de ningún tipo, manteniendo otro tipo de actividades, pero sin ningún celular o computador en sus manos. Es mucha la gente que acude a estos tratamientos para tratar de liberarse de la dependencia tecnológica, que se transforma en enfermedad. Mirar la pantalla casi como un tic nervioso.

En muchas salas de teatro de Buenos Aires hay un señor que se encuentra ubicado en una parte más alta de donde se sienta el público y lanza un chorro de luz verde intensa sobre la pantalla que se encienda entre los asistentes, para obligarlo a apagar su celular y para impedir que lo revise en plena función.

Un Presidente de Perú hacía reuniones de gabinete asegurándose que ningún ministro portara su celular, para lo cual personalmente se los pedía y los dejaba sobre una mesa lateral. Era una forma de asegurarse que todos iban a estar concentrados en los temas que iba a tratar (y que nadie grabaría la conversación).

Ya se ha hecho un lugar común que en muchas reuniones de negocios o de trabajo se le pida a la persona, antes de entrar, que por favor no revise su celular y se concentre en los asuntos para los que vino a la reunión.

Conozco al menos un grupo de amigos, donde voluntariamente dejan los celulares en un cajón para poder conversar sin distracciones, cuestión que saben sus esposas e hijos. Es como una terapia para sentirse libres -no de sus seres queridos- sino de ese entorno tecnológico que no para nunca de emitir todo tipo de señales.

Todo eso sin contar que los contenidos de la web también son contaminantes, insolentes e irresponsables, ya que todos dicen lo que se les ocurre sin hacerse cargo en forma legal de sus dichos. Una libertad que es libertinaje y una violencia que demuestra el mal estado sicológico de miles de compatriotas y ciudadanos del mundo. También, como contraparte, está el lado bueno del sistema, que nos permite estar vinculados con quienes queremos estarlo.

El famoso periodista Santiago Pavlovic, escribió: “Me han pedido que participe en las redes sociales, pero siempre me he negado. Me da una rabia tremenda ver los comentarios que salen de las noticias, las obscenidades que dice la gente de los políticos. Es pura miseria, calumnia e injurias disfrazadas de libertad de expresión. No quiero participar de eso”.

Para los especialistas, esta especie de adicción a la pantalla, tiene muchas formas de ser enfrentada. Aquí algunos consejos.

Piden que cada cual trate de realizar ayunos tecnológicos, absteniéndose de usar su celular durante algunas horas. Apagarlo durante las comidas para poder conversar. Ponerlo en silencio una hora antes de dormir.

Salirse de algunas aplicaciones que pueden ser muy invasivas. Alejarse de sitios que intoxiquen el día a día.

En el fondo, humanizar la vida, cambiando la dependencia del celular por el cara a cara, por mirar a los ojos, sonreír y conversar. Así de simple.

 

 

Imagen Freepik

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