“El Observador” recorrió el valle de Longotoma y conversó con lugareños, que contaron cómo se las arreglan para vivir con poca agua
LA LIGUA.- Al ingresar a Longotoma, a unos 8 kilómetros hacia el interior, se encuentra el sector de Casas Viejas. Por abajo del puente Petorca, que está al inicio de la localidad, corre apenas un hilo de agua. El viento hace flamear aún más las banderas chilenas en las afueras de sus casas, símbolo patrio que se hace presente en una localidad que desde hace años viene sufriendo por el agua, pero que por estos días vive su mayor crisis por la ausencia de lluvias.
El auto se detiene a un costado del angosto camino donde un hombre está va saliendo de su casa con un saco de alimento seco. Julio Muñoz, de 64 años, va a alimentar a dos de sus vacas que tiene en un predio frente a su casa. Vive con cuatro hermanos y con su voz algo temblorosa denota la tristeza de llevar alimento seco para sus animales, comida que no los alimenta como el pasto verde. “Por los canales no se ve agua y ese es el problema, por eso tenemos que comprar el forraje, vienen unos camiones del sur y uno debe comprarles, disponiendo de lo poco que tenemos”, comentó mientras se ajusta su gorro.
Hasta hace un tiempo, el agua estaba presente por estos sectores permitiéndole a Julio junto sembrar pepino dulce, pero ahora todo cambió, ni siquiera hay para hacer engordar a sus vacas, sólo mantenerlas en un peso que se hace notar y que en tiempos difíciles, ayudan cuando las vende. Con su dinero y con el aporte que recibió de Indap, ha podido comprar alimento, pero el valor a veces excede y en momentos no se hace suficiente.
“Con la sequía no vemos soluciones para poder seguir subsistiendo, ver la sequedad en el campo donde nací, es desolador”, dice mientras se despide para seguir alimentando a sus vacas con lo poco que tiene.
AFERRADO A DIOS
A unos 200 metros de la casa de Julio, en otro terreno donde hay naves de flores, está Juan Chacana. Tiene 62 años y desde pequeño aprendió a trabajar como agricultor y floricultor. Para poder conversar detiene el motor que le ayuda a regar sus flores y se asoma. Dice que al lado de las naves donde cultiva astromelias tiene áster, una planta que se utiliza de adorno, pero que sólo pudo salvar 10 surcos porque “el agua no alcanza a llegar a los otros y más allá tenía maíz para forraje, pero tampoco se pudo sembrar”.
Si bien dice que no se ha visto afectado como otros vecinos de Longotoma que han perdido todo, aún sigue buscando las formas para seguir trabajando. La sequía cada día se apodera más del sector y para Juan, este fenómeno “es lo más terrible que puede existir, el agua es todo para el ser humano y para la agricultura”.
Para él la situación se endureció hace un tiempo. Recuerda que hace seis años los cerros estaban verdes de pasto, incluso, hasta el año pasado. Hoy, la realidad es distinta. “A veces veo a los animales comer de la tierra, tal vez, buscando algo que los alimente”, lamentó mientras mira su terreno.
Las flores aún le siguen dando sustento. Además tiene caballos y vacas, las cuales no pensaba en vender y pero hoy el panorama cambió. “Hay gente que se aprovecha al ofrecer cierta cantidad de dinero, pero si puedo los venderé”, afirmó tristemente.
“LA COSA ESTÁ PESADA”
El vecino de Juan es Jaime Aravena, de 57 años, quien tiene un terreno grande donde su casa está al final. Su tierra, ahora seca, era especial para sembrar lechugas, pepinos dulces, porotos y flores, pero hace ocho años dejó de hacerlo por la escasez de agua.
“La sequía es algo que no tiene fin, el año pasado no fue bueno, pero por lo menos llovió. Ahora se pasó y para los animales, la agricultura y para los lugareños estará malo”, manifestó. Incluso, en diciembre del 2018 construyó un tranque para acopiar las aguas que podían caer, pero hoy el fondo está seco y sólo queda vestigio del sueño que tenía. “La cosa está pesada”, aseguró mirando a sus animales.
Si bien él no ha recibido aporte para sus animales, comentó que uno de sus vecinos recibió 130 mil pesos por parte de una entidad, aunque ese dinero, a pesar de que se agradece, no alcanza para mucho porque “el precio de una coliza vale más de ocho mil pesos y en mi caso, yo les estoy dando del más barato, de cuatro mil 500 pesos, para que me alcance”. Mientras tanto, espera que en estos días llegue una camioneta con guano de pavo que compró por su cuenta y que aporta proteínas a los animales.
Una de las vacas se acerca a tomar agua y apenas camina porque en época de crisis hídrica, parió a un ternero y al encontrarse debilitada, las ubres están desgastadas de tanto amamantar.
La tarde cae de improviso y es hora de retornar, dejando atrás la desolada y escondida realidad del valle de Longotoma, donde sus habitantes piden ser escuchados y apoyados antes que sea demasiado tarde.