Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Controlar la seguridad pública siempre ha sido una preocupación de las autoridades. Es más, para muchos ciudadanos esa es su misión fundamental, haciendo que a través de la búsqueda de la paz y el castigo de la violencia, la nación pueda progresar.
Aunque parezca increíble, hemos encontrado informes sobre lo que ocurría hace dos siglos en nuestra zona. No lo podemos comparar, pero se parece mucho. La delincuencia y la falta del personal adecuado, la necesidad de preparar mejor a los encargados del orden y la inseguridad que sienten los vecinos no parecen muy distintas. Incluso piden ayuda a los militares, tal como está ocurriendo ahora en la frontera norte y en algunas regiones del sur donde se ha desatado un terrorismo que el Estado no puede contener.
Después de conquistada la Independencia de Chile, fue necesario imponer un nuevo orden en las ciudades, para lo cual se dictó la primera Ley de Serenos en 1835. Se trataba de un servicio policial creado por el Gobierno para controlar los robos, el pillaje y la delincuencia, tanto en los campos como en las villas.
Para financiarlo fijaron el cobro de una nueva contribución llamada de Serenos y Alumbrado, la que debían pagar los vecinos; pero salvo Santiago y Valparaíso, ninguna comuna disponía de fondos suficientes para financiar esta policía. También funcionaba el servicio de Vigilantes Diurnos, que recorrían la ciudad para establecer el orden.
Hace cerca de 200 años, en 1837, se produjo el apresamiento de Diego Portales en la plaza de Quillota (que según cuentan los cronistas de la época, el principal paseo no tenía ningún árbol) y días después su fusilamiento en el sector de Barón, en Valparaíso.
En esos años la ciudad de San Martín de Quillota ya tenía servicio de serenos creado por el activo gobernador José Agustín Morán, quien usó mano dura para combatir el bandolerismo. Este Gobernador estuvo 10 años al frente del Departamento y es el mismo que recibió a Portales en su casa (hoy Monumento Nacional, donde funciona el Museo Histórico y Arqueológico) y fue además en ese lugar donde el Ministro pasaría su última noche en paz.
El informe del Gobernador Morán al Intendente, retrata muy bien la inseguridad que se vivía en la zona.
“Considerando el estado en que se hallaba todo este departamento rodeado de salteadores y asesinos, lo primero que atendí fue a remediar este mal, persiguiendo al sin número de ladrones, y salteadores en razón que no había un ciudadano que no estuviese inquieto con los continuos robos y muertes alevosas que diariamente se hacían; para contener este mal me valí del castigo de azotes a los que podían aplicársele, no perdonando ninguna laya de sacrificios, y aun exponiendo mi propia existencia, a fin de conseguir el fin que me había propuesto; para mayor seguridad de los vecinos establecí el Cuerpo de Serenos que hasta el día de hoy permanece a causa de sacrificios para su sostén, y con esta salvaguardia quedaron los intereses de los vecinos, y sus personas enteramente seguros, y libres de las zozobras con que le veían agitados; en efecto, mis desvelos correspondieron a mis intenciones logrando el fin deseado”. (Carta fechada el 31 de diciembre de 1834).
El Cuerpo de Serenos de Quillota era similar al de otras ciudades del país. Según el mismo documento el cuerpo constaba de un comandante, un cabo, dos serenos a caballo, siete de a pie, un suplente de a caballo y cinco de a pie. El comandante y el cabo eran nombrados por el Gobernador.
Las atribuciones de los serenos eran vigilar durante la noche manteniendo el orden y la tranquilidad pública, además de cuidar que el alumbrado público se mantuviera operativo. Los vecinos podían solicitar el auxilio de los serenos en caso de emergencia, o bien para llamar al médico o enviarlos a la botica a comprar medicamentos.
El turno de los serenos comenzaba antes del toque de la oración, pues debían presentarse en la comandancia para pasar lista y recibir las ordenes pertinentes; enseguida partían a sus puestos donde debían mantenerse hasta que fuera de día.
Los serenos podían solicitar el auxilio de las fuerzas militares o del público, diciendo en alta voz “Favor a la Patria”, en cuyo caso todos los que se hallaren presentes deberían prestarle auxilio.
Un documento interesante, que permite comprender que nuestros problemas de seguridad son muy antiguos y que también son antiguos los esfuerzos de la autoridad por controlarlos.
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