La complicidad de la hipocresía

Publicado el at 27/07/2018
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Hace algunos días vi un video de la sicóloga Pilar Sordo que, dicho sea de paso, cada día se parece más al “Coco” Legrand, con sus análisis teñidos de humor, pero no por eso menos ciertos. En su charla, explicaba que en este país dar una buena noticia llega a dar miedo. ¿Por qué? Pues simplemente por la cultura de “echar el avión abajo”, como cuando una mujer anuncia que está embarazada y las otras féminas lo primero que le dicen es: “Aprovecha de dormir, porque después no podrás”.

Es cierto, dar buenas noticias en este país da miedo. Y me pasó a mí, en estas páginas y hace solo unos días.

Marisol Valdés Riffo
Secretaria de Redacción

Durante mucho tiempo estuve buscando mujeres valientes que se atrevieran a dar la cara y a contar sus historias de resiliencia en nuestro suplemento “Mi Buena Noticia”. Tenía dos objetivos en mente: una que se hubiera ¿repuesto? -no sé si será la palabra precisa- del abuso sexual y otra que hubiera sobrevivido -sí, sobrevivido- a la violencia sicológica y física de su pareja.

Me costó, porque nadie quiere dar la cara y contar su historia -aunque tenga un final positivo-, por no afectar a los hijos, abrir viejas heridas y otras razones sumamente entendibles.

Pero tuve la suerte de conocer

a Alejandra, una mujer corajuda y sensible que se atrevió a mostrar su cara y decir en nuestras páginas que su buena noticia era haberse repuesto de años de abuso sexual por parte de un cercano a ella.

Y una semana más tarde, Elba, otra aguerrida, tuvo

las agallas de contarme cómo había logrado salir de la dependencia sicológica de una pareja violenta que llegó a ponerle un cuchillo en el cuello.

En tiempos de los ya manoseados conceptos del #MeToo o del #NiUnaMas, uno podría pensar que el coraje de ambas podría haber sido premiado con manifestaciones de apoyo, confianza y comprensión. Pero ¡Oh sorpresa! No fue así, pues a días de las publicaciones ambas me confidenciaron haber recibido andanadas de críticas y lo que es peor, de sus entornos cercanos.

Entonces, ¿qué está pasando? Condenamos a los agresores de mujeres pero siempre y cuando no sean de nuestra familia o círculo de amigos, porque de lo contrario, la víctima ya no es una persona abusada, violada o golpeada, sino que pasa a ser una mentirosa que busca revancha o fregar al que pone las lucas en la casa, o que “algo debió haber hecho” para que la violaran o golpearan. La denuncia, cuando toca nuestra vida, es un problema que hay que tapar para no quedar en vergüenza y evitar el “qué dirán”.

Por eso hay y seguirán habiendo abusos, violaciones y femicidios, porque las mujeres que se atreven a denunciar son doblemente victimizadas y, lo que es peor, por quienes debieran protegerlas, escucharlas y contenerlas en sus horas de dolor y eso los abusadores lo saben y lo aprovechan.

Al final, quienes critican a mujeres como Alejandra o Elba terminan siendo tan victimarios, con su propia hipocresía, como los mismos desgraciados que las abusaron.

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