Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Se acabó el plazo. Este domingo iremos a votar para elegir a los consejeros constitucionales, encargados de escribir el texto de la nueva Constitución del 2023.
Aunque ha tenido poca difusión por parte de Gobierno, se trata de una elección muy importante, porque cierra un ciclo que se abrió hace muchos años, cuando empezó a decirse que la Constitución de 1980, la Constitución que Pinochet ordenó que escribieran los expertos, no tenía fundamentos democráticos. ¿Y cómo los iba a tener si era una ley más de la dictadura militar? Desde entonces se le busca un fundamento basado en el sistema democrático, es decir, que sea elaborada por personas elegidas por el pueblo.
Nosotros elegiremos el domingo y ellos trabajarán por seis meses y nos entregarán una nueva Constitución y nosotros volveremos a ir a votar el domingo 17 de diciembre para aprobarla o rechazarla, pero para terminar de una vez por todas el tema constitucional y seguir navegando en tantos otros problemas que nos aquejan como sociedad.
Hay varios escenarios para el resultado de esta elección, pero lo primero es decir que esta no será una elección donde los votantes hayan estudiado las opciones o ideas de los candidatos, sino principalmente se han visto enfrentados a un país acosado por la violencia indígena del sur, los narcotraficantes y sus imparables delitos y los migrantes del norte y de todo el país. La gente votará más por reclamar contra la ausencia de seguridad que por las ideas constitucionales. Pero nada que reclamar, así son siempre las elecciones, tenemos derecho a votar tal y como se nos ocurra.
Si de los 50 consejeros el gobierno logra elegir 18 o menos de esa cantidad, será una gran derrota. Desde que el gobierno decidió ir en dos listas separadas, por las típicas ambiciones partidistas, se comenzó a vaticinar su derrota.
Un escenario es que el gobierno sea derrotado en un nivel similar al que lo fue en la convención, o sea, que dos tercios de los votantes estén en oposición al gobierno. Sería el segundo llamado de atención a la gestión presidencial, pero sería también una demostración de descontento que dejará al gobierno sin mucho espacio para desplazarse.
Con una derrota grande el gobierno y sus partidos podrían plantear desembarcarse de una nueva Constitución, lo que agravaría aún más la situación, porque sería como el niño caprichoso, que juega sólo si sabe que va a ganar.
Otro escenario complejo es que los partidos de más extrema derecha, los republicanos y el Partido por la Gente, obtengan tantos consejeros como la centroderecha, lo que también complicaría los acuerdos dentro del Consejo Constitucional, porque nadie sabe hasta dónde podrían llegar las exigencias de esos dos grupos, y cuál sería su capacidad real de negociación.
En todo caso, el peor escenario será que nos quedemos estancados –nuevamente- en este proceso constitucional y que las fuerzas políticas (siempre manejadas por ególatras) no puedan llegar a acuerdos que le den gobernabilidad a Chile. Si los políticos siguen sacando cuentas personales, no llegaremos nunca a buen puerto, porque ahora más que nunca, los que manejen el destino de una nueva Constitución, necesitan generosidad y mucha altura de miras.
Por ahora, vayamos a votar. Hagamos que se escuche la voz de la mayoría, compuesta por ciudadanos que comprenden la hora crítica que vive el país, que no le quieren dar espacio a la abstención y que buscan leyes que nos protejan a todos por igual.
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