Roberto Silva Bijit
Como ya lo hemos dicho, no se trata de combatir la sequía, sino de enfrentar el cambio de clima que nos viene afectando y que irá creciendo en sus consecuencias.
No se trata de un año seco, sino que desde ahora en adelante tendremos que vivir con la sequía, porque las aguas que antes traía el río Aconcagua, ya no vendrán más con los esos caudales.
El cambio climático seguirá aumentando la temperatura, seguirá empujando el desierto que avanza con paso seguro desde la Cuarta Región hacia el sur. Los que tengan memoria del pasado reciente, pueden comprobar con sus propios ojos lo que está ocurriendo en las que fueron zonas agrícolas del norte de nuestra región.
No es casualidad que otra vez la sequía nos transforme en zona de catástrofe.
Las dunas se cruzan no sólo sobre la carretera, sino avanzan decididas sobre diferentes pequeños centros urbanos. Las huertas familiares de toda esa zona desaparecieron y ya casi es imposible encontrar cultivos en Pedernales, Chincolco, Pedegua o Manuel Montt, así como en muchos otros poblados donde las hortalizas para el consumo se producían en una huerta al lado de la casa.
En La Ligua, Cabildo y Petorca es desolador ver la cantidad de hectáreas, principalmente de paltos, que han sido arrancados por falta de agua. Situación similar -aunque en menor escala- encontramos en la Provincia de Quillota, donde decenas de pequeños agricultores han debido cortar o abandonar sus árboles por falta de agua.
Pero la escasez es tan grande, que también familias que viven en una parcela de agrado en el campo, han tenido que emigrar transitoriamente de sus hogares por falta de agua en sus pozos. Es cierto que después las napas vuelven a subir, pero es una señal que no podemos dejar de advertir, porque representa la crisis en toda su magnitud.
El problema es mayor y la gran fuerza para entregar soluciones debe provenir del Estado. Hemos visto con entusiasmo un programa para recuperar antiguos tranques de la época de la Reforma Agraria o iniciativas particulares en algunos predios, lo cual contribuye a mejorar la situación.
Pero la escasez de agua obliga a tareas mayores. Los planes del gobierno hasta ahora son inciertos. Baste decir que el mundo agrícola viene pidiendo embalses, tranques o acumuladores de agua desde hace cerca de sesenta años y la única respuesta ha sido el embalse Chacrillas en el valle de Aconcagua, que está pronto a entrar en funciones.
Sobre otros embalses hay confusiones. Hoy en día casi todos los alcaldes se oponen a un embalse, porque temen que generará problemas en los poblados de su comuna.
Ahora habrá que ver la efectividad de las plantas desalinizadoras de agua de mar y la fecha en que podrían funcionar las carreteras hídricas trayendo agua del sur.
Entre los antiguos y permanentes planes del Ministerio de Obras Públicas hay varios embalses para nuestra región. Pero siguen siendo puros planes, como hace décadas.
Pero nada muy preciso en estos planes oficiales, más bien ideas para conversar. Y con eso no se arregla la tremenda sequía que nos viene asolando desde hace años.
La desertificación avanza entre nosotros.