Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
A las siete de la noche del 2 de junio de 1837, el ministro Diego Portales descendía de su birlocho e ingresaba a la casa del gobernador de Quillota, don José Agustín Morán, que vivía en calle San Martín cerca de la plaza, en la casona colonial que hoy es Monumento Nacional y que alberga al Museo de Historia y Arqueología de Quillota.
Su visita tenía por objeto realizar una inspección a las tropas del Ejército Expedicionario, (contra la Confederación Peruano-boliviana) que ascendía a mil 500 hombres acantonados en la ciudad. Fue la última noche que Portales durmió en paz.
Al día siguiente, 3 de junio, hace exactamente 185 años, el ministro inició una revista general a las tropas. El coronel Vidaurre hizo que los batallones encerraran en un cuadrado al ministro Portales, cerca de la actual esquina de La Concepción con San Martín. El capitán Narciso Carvallo se adelantó y encarándose con arrogancia le dijo: “Dese usted preso, señor ministro”.
Ya detenido por el grupo de militares sublevados, cruzaron la plaza y lo llevaron al convento de Santo Domingo, donde en las antiguas pesebreras se le engrilló.
Cuando Portales y su acompañante Necochea quedaron solos en el calabozo, el primero dijo: “¡Desgraciado país, hoy se ha perdido cuanto se ha trabajado por su mejoramiento!”
Sus primeras palabras antepusieron la zozobra por el destino de su patria antes que el de su propia persona, prácticamente ya a las puertas de la muerte. Desde el primer momento adoptó una postura tranquila y de serena dignidad. Era un tipo sin miedo y de una audacia extraordinaria.
En la misma noche de ese día, un grupo de militares partió con el Ministro por el antiguo camino que bordeaba el río Aconcagua, en dirección a Valparaíso. Las noches eran borracheras y fiestas de un triunfo que nunca tuvieron. Cuando llegaron a Barón, el día 6 de junio, lo mataron con descargas de fusil, bayonetazos y sablazos. Fue una muerte excesivamente cruel.
A los pocos días los asesinos del ministro Portales fueron juzgados y sentenciados a muerte. Ordenaron colocar en una picota la cabeza degollada de Vidaurre, en plena plaza de la ciudad de Quillota. Y la cabeza del teniente Florín en el camino, frente al punto donde fue capturado, y su brazo derecho donde asesinó al ministro. De esta manera, todo Chile hacía justicia sobre los que planearon el brutal asesinato.
Siguiendo una extraña visión indígena, que hace creer que el corazón de una persona importante debe conservarse, después de matarlo se lo extrajeron y guardaron en una pequeña ánfora que mandaron en custodia a la vieja iglesia porteña del Espíritu Santo, (donde Arturo Prat se casó con Carmela Carvajal).
Fue un obsequio de las sociedades católicas de Valparaíso a la memoria de Portales, realizado el 21 de mayo de 1915 en el cementerio Nº 1 del puerto. El sacerdote dijo ese día en el sermón que: “Todos los pueblos, entre otros los espartanos, han considerado el corazón como la reliquia más preciada y por eso es que mientras abandonaban en los campos de batalla los huesos de los guerreros, buscaban ansiosamente sus corazones para guardarlos con respetuoso cariño en el altar de la patria; porque en el corazón es donde anidan los más generosos sentimientos y las más nobles aspiraciones”.
Debido a la destrucción de su mausoleo, el corazón de Portales estuvo durante algún tiempo en la bóveda del Banco Edwards, encerrado en una copa de plata. Años después, el Obispado de Valparaíso le dio un nuevo sitio, dejándolo en la Catedral, donde permanece hasta hoy.
Imagen (detalle) Museo Histórico Nacional – www.fotografiapatrimonial.cl