Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Lo exageradamente amateur del Presidente Boric, quedó absolutamente de manifiesto con todas las vueltas que se ha dado para conmemorar los 50 años del Golpe.
En verdad, nos sentimos golpeados con tantas torpezas en torno al Golpe. Era sencillo: una demostración de defensa de nuestra democracia, que implicara poner las bases de varios “nunca más”.
“Nunca más” que los políticos no se pongan de acuerdo, que generen un desgobierno y que se quiebre nuestra institucionalidad. Para eso necesitamos partidos grandes, con ideas grandes, que quieran hacer un Chile grande y no unos partidos del tamaño de sus mezquinos intereses personales.
“Nunca más” permitir ninguna violación a los derechos humanos, sea en dictadura militar o en gobiernos democráticos, ya sean de izquierda, centro o derecha. Nunca más detenidos – desaparecidos, torturados, terroristas dentro del país, abusos de la autoridad o de los ciudadanos.
“Nunca más” la violencia como herramienta política. Nunca más mirar la violencia y hacernos los lesos, como si no estuviera pasando y rompiendo nuestra convivencia. La violencia debe ser públicamente condenada por todos los sectores políticos del país. No se pueden usar las condiciones y libertades que otorga la democracia para abusar con la violencia.
Los 50 años del 11 de septiembre de 1973 deberían ser un hito en el que estuviéramos de acuerdo al menos en sentir dolor por las familias que perdieron a sus seres queridos en dictadura y sentir respeto por los que no estaban de acuerdo con la Unidad Popular. Pero no hay acuerdo. Estamos tan divididos como hace medio siglo y sin que se vea una mirada a futuro para entendernos.
Este aniversario significó una revisión de las causas de la llegada de los uniformados al poder, y la principal causa fue el fracaso del gobierno de la Unidad Popular. Lo asombroso fue que la gente se interesó -como casi nunca antes- en conocer ese proceso, esos años desde 1970 a 1973, en que Chile cayó en una profunda crisis. En los aniversarios anteriores todo era dictadura y se pasaban por alto esos años complejos. En todo caso, como ya se ha dicho, nada justifica la desgracia de una dictadura, pero la explica.
Al Presidente Boric le ha costado mucho ponerse en su calidad de Presidente de la República de Chile y ha cometido demasiados errores en sus intervenciones. Después se desdice, reniega, se devuelve, pero siempre es tarde, porque va dejando ese reguero de explicaciones que lo transforman en jugador amateur, sin técnicos que lo ayuden a transitar por el poder, sin apoyos, sin sentido común, sin saber callar cuando corresponde.
Hay muchos ejemplos, pero el más crítico es cuando en el funeral del presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier, (que estuvo 18 años en ese cargo, uno más que Pinochet), declaró que había muerto “como un hombre digno, orgulloso de la vida que había vivido. Hay otros que mueren de manera cobarde para no enfrentar a la justicia. Hay diferencias humanas incalculables”. Se refería al suicidio del brigadier general Hernán Chacón, que frente a la opción de ser encarcelado y perder su libertad, por su participación en el asesinato de Víctor Jara, prefirió quitarse la vida.
El presidente “se pisa la huasca”, como decían de los cocheros. En su última cuenta pública había expresado su preocupación por la salud mental en Chile y la prevención del suicidio, señalando que “nadie sabe el dolor que una persona puede cargar. Enjuiciemos menos y escuchemos más”. Por eso resulta razonable que la historiadora Patricia Arancibia, que preside la Fundación Crecer y Sanar, creada para contribuir a evitar el suicidio, le haya escrito diciéndole que, aunque haya expresado sin maldad que una persona que comete suicidio es un cobarde, debe ser más prudente. Y agrega: “Para quienes trabajamos en este tema, nos resulta incomprensible que un Presidente que ha declarado, con mucha valentía, padecer de problemas de salud mental, haya tenido expresiones tan desafortunadas, innecesarias e hirientes”.
Lamentablemente, se ha ido dando una tónica de fanáticos en torno a las figuras de Allende y Pinochet. Boric, el mismo día que asumió el mando le rindió un homenaje a Allende. Grupos de extrema derecha justifican hasta los excesos de Pinochet. Está bien que haya grupos de fans en la música, pero en política sería bueno dejar atrás ese Chile del pasado. No tenemos nada que ver con el país de 1973 ni con el país de 1989. Somos una nación que ha progresado, que ha cambiado, que debiera tener otras preocupaciones sobre su futuro. A muy poca gente le importan los 50 años, sin embargo, los políticos no se cansan de hablar y hablar sobre el tema.
Por todo eso no hemos podido dejar a Salvador Allende y Augusto Pinochet radicados en la historia de Chile, que es donde deben estar. Cada uno con sus estatuas, cada uno con sus admiradores y cada uno con sus “odiadores”. Pero en el pasado, sin dejarlos que nos sigan dividiendo.
Tan exagerada es la mirada que hemos puesto en ellos que, por ejemplo, el periodista del PC, Eduardo Labarca, que escribió un libro sobre la vida sentimental de Allende, confidenció que la última amante del Presidente, Gloria Gaitán, estaba esperando un hijo de Allende (que después perdió) y que le tenía un departamento cercano a La Moneda, donde la visitaba frecuentemente entre marzo y septiembre de 1973.
Por otra parte, el cineasta chileno, Pablo Larraín, acaba de estrenar ayer una película en los cines chilenos: “El Conde”, donde recrea a Pinochet como un vampiro que desde hace 200 años se resiste a morir. Ambientada en la Patagonia y con Jaime Vadell de Pinochet y Gloria Münchmayer como Lucía Hiriart, está llamada a generar un gran debate. Larraín asegura que “el verdadero legado de Pinochet fue transformarnos a todos en héroes de la codicia”, en este mundo individualista y de consumo.
Allende y Pinochet seguirán dando vueltas, como fantasmas, en la vida de todos nosotros, en vez de quedarse guardados en la historia.
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