Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Cada voto será decisivo.
Cada uno será contado y recontado en las mesas. Cada sufragio podrá llevar la derrota o la victoria de los dos sectores que hoy están en carrera: el gobierno y la oposición.
Vaya a votar, defienda sus ideas, identifíquese con el “A Favor” o con el “En Contra”, pero no deje de ir a las urnas el domingo 17 de diciembre. Sabiendo también, que en el ambiente ultra polarizado en que estamos, esa misma noche menos de la mitad de Chile estará en contra del ganador.
Siempre se repite que debemos ir a votar, como una cantinela cívica que tenemos que aceptar, sin embargo, ahora se produce algo muy especial: es verdad que cada voto puede cambiar el resultado de la elección, cada voto puede definir el futuro de Chile, el destino del país en las próximas décadas. Porque eso es una Constitución, una norma legal que dura muchos años.
Y más se aumenta la responsabilidad del votante, del ciudadano que ama a su patria, cuando al analizar las dos opciones que tenemos para votar, ambas representan posiciones muy distintas.
O instalar una nueva Constitución redactada por consejeros elegidos democráticamente, o bien, quedarnos con la Constitución de Pinochet. Aunque parezca raro la centro derecha quiere el cambio de Constitución y la centro izquierda quiere quedarse con la de los cuatro generales. Nadie entiende a los políticos y sus extrañas preferencias.
No hay duda que se trató de un ejercicio democrático realizado bajo todas las normas cívicas de buena convivencia. Sin embargo, no todos quedaron conformes, como siempre pasa con estos textos fundamentales.
La solución no es votar en blanco o votar nulo. Nunca esa ha sido una solución, es más bien, una falta de respeto con Chile y con el valor de nuestra democracia. Mientras más votos hay, mayor es la representatividad de los sectores.
Hace años que la abstención (quedarse en la casa mirando por la tele cómo los demás ciudadanos votan) le venía jugando una muy mala pasada a la democracia representativa. Justamente por eso, porque les quitaba representatividad a los elegidos.
Resultaba grave para la sobrevivencia de una democracia saludable, que los presidentes, diputados o alcaldes elegidos con las mayores votaciones, tuvieran menos del 20% del respaldo de los ciudadanos, incluso algunos llegaron al dos o tres por ciento. Un verdadero escándalo que aceptábamos y del cual fuimos cómplices.
El voto obligatorio es nuestro deber como ciudadanos. Aunque el tema constitucional tenga a muchos muy aburridos, hay que ir a votar para resolver de una vez por todas este “proceso” y terminar con un tema que para muchos es indiferente, sobre todo, si lo comparamos con los graves problemas de seguridad, salud, educación, pensiones o previsión social. La gente quiere ver a los políticos hablando su idioma, sus temas, sus problemas. No quiere políticos escapando de la realidad o desdiciéndose día por medio.
No fallemos este domingo 17. Necesitamos cerrar el “temita” de la Constitución para ponernos a pensar en los verdaderos temas que afligen al país.
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