Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Vivimos en un mundo especializado, donde la palabra experta tiene valor. No considerar a los que más saben de algo trae malas consecuencias. El mejor ejemplo son los médicos, que han desarrollado todo tipo de especialidades. Hay traumatólogos que solo ven rodillas, o bien, hay internistas que solo se dedican al hígado. También los abogados tienen esas mismas características y en todo orden de profesiones y técnicas debemos recurrir a los expertos, a los que se manejan en el tema, a los que entienden porque han estudiado o han trabajado en el área específica que les están pidiendo.
La arrogancia y soberbia de los convencionales impidió que ellos pudieran contar con un buen panel de expertos, que los aconsejaran en los máximos y mínimos de un artículo, en lo que son materias constitucionales y lo que son textos de leyes del Congreso. Tuvieron una pésima confusión, que significó una gran pérdida de dinero y tiempo para el país.
No era un programa de gobierno, no era la misión de un partido político, no era una parte, era un todo, donde todos en verdad pudiésemos sentirnos identificados, interpretados y acogidos por un texto que apuntara a los problemas de la gente, a los nuevos estándares del mundo, a los requerimientos de Chile para las próximas décadas.
Se necesitaba mirar al país desde lo alto, sin pequeñeces, sin perspectiva de ratón. La famosa frase de “altura de miras”, nos transmite esa misma sensación, que los temas pueden ser tratados con amplitud de criterio, con generosidad y con inteligencia.
Sin embargo, no está todo perdido. Si el gobierno y el Congreso acuerdan fijar una próxima elección para los nuevos constituyentes (que deberán cumplir algunos requisitos) se podría alcanzar un documento de acuerdos. Servel ha dicho que no pueden organizar una elección antes de 125 días. Eso significa que la elección sería para marzo del 2023. Es cierto que el país está cansado de tanta elección, pero si queremos una Constitución de verdad, debe ser con constituyentes elegidos democráticamente.
Ahí es donde entra a jugar el Comité de Expertos, que debiera estar conformado en su mayoría por profesores universitarios de la cátedra de Derecho Constitucional, más otro grupo de personas, como economistas, medioambientalistas, diplomáticos y otros que puedan trabajar en juntar los textos que se necesitan.
Partir conservando los aspectos valiosos de la Constitución de 1925 y rescatando algunas cosas de la Constitución de 1980-2005 de Pinochet-Lagos (como el recurso de protección y el recurso de amparo, como la segunda vuelta presidencial), tomar el proyecto que Michelle Bachelet dejó en sus cajones y obtener de allí lo mejor. Y por supuesto, considerar también el trabajo de los constituyentes, que aunque fue rechazado, también hicieron valiosos aportes para una nueva Constitución. Nadie debe quedar fuera. No se puede demonizar el pasado, por el contrario, hay que ponerlo al servicio del futuro.
En Chile no sobra ningún chileno. Las democracias se valoran más cuando respetan a sus minorías. Los países son mejores cuando establecen un equilibrio entre derechos y deberes. La violencia no tiene nada que hacer en democracia. Nada. Los acuerdos son los que permiten consensos y los consensos son los que permiten mayorías.
Lo que sí es indispensable (aunque no sé cómo se hace) es sacar de la escena a los políticos que están pensando solamente en su carrera política, que quieren ser presidentes de algo, que quieren trabajar para ellos y no para Chile, que quieren servirse y no servir. Todos esos diagnosticados con egolatría aguda, no están disponibles para la construcción de un país pensado en el bien común de todos “los chilenos y chilenas”.
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