El ferrocarril llegó hace 160 años a nuestras ciudades y las cambió completamente

Publicado el at 7:25 am
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Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”

Hace 160 años, el 14 de septiembre de 1863, un tren de pasajeros unió por primera vez el puerto de Valparaíso con la capital. Fue un acontecimiento. Un animal de fierro que echaba humo atravesaba nuestros campos, trayendo el definitivo progreso a todas las ciudades por donde pasó.

El servicio duró cerca de 130 años, después comenzó a declinar y finalmente fue suspendido. Merval puso en funcionamiento el Metrotren, entre Valparaíso y Limache y ahora se espera, para cerca de 2030, que se pueda completar la extensión hasta La Calera, pasando por Quillota y La Cruz. Lo que pasa es que el tren es progreso, es movilidad, es reducción de las distancias con seguridad.

El jueves pasado, el Grupo Cultural Tren Quillota, liderado por Yamil Attoni, organizó en el Centro Cultural “Leopoldo Silva Reynoard”, un Conversatorio Ferroviario, donde cuatro especialistas enfocaron la importancia de los trenes desde distintas perspectivas. Ya la semana anterior habían montado una excelente exposición en el Museo Histórico y Arqueológico de Quillota, que permanecerá abierta hasta el 31 de julio. Es muy valioso que podamos contar con esta organización de aficionados al ferrocarril que trabaja de manera anónima e independiente en el rescate y preservación de la historia del ferrocarril y su patrimonio, enfrentando el vergonzoso abandono que sufrieron muchas estaciones y promoviendo los trenes en la memoria de los vecinos.

Nuestras ciudades cambiaron completamente después de la llegada del ferrocarril. Se puede decir que hay claramente un antes y un después. Nada fue igual y el progreso comenzó a llegar con los rieles y las locomotoras.

Lo mejor para comprender esta situación es revisar cómo eran los viajes antes de la llegada del tren.

Pese a la corta distancia entre Quillota y Valparaíso, el viajero que quisiera ir de una a otra de estas ciudades tenía que invertir todo el día a caballo o en coche en un pésimo camino. Los huasos que viajaban ligero y en buenas monturas podían hacer el recorrido en varias horas, pero para los hombres de ciudad que debían arrendar malos caballos y no estaban acostumbrados a la ruta, el viaje era un suplicio.

Cuenta el librero José Santos Tornero en sus memorias de 1870, que: “podemos recordar, por vía de comparación, que el viaje entre Valparaíso y Quillota, que hoy se hace por ferrocarril en poco más de una hora, hecho a caballo con señoras, antes que don Gregorio Amunátegui hubiese construido por contrata el camino carretero, ocupaba un eterno día, desde el amanecer hasta la caída de la tarde; y hombres solos, empleaban unas cinco o más horas galopando duro, como yo mismo lo hice algunas veces”.

El mal estado del camino es un tema que afectaba también a los agricultores quillotanos por el alza de las tarifas de los fletes. Incluso hay hacendados cuyas carretas demoraban seis días en ir y volver del Puerto, producto de lo intransitable de los caminos. Además, las carretas y los mismos bueyes sufrían los efectos del barro, las piedras y los hoyos en la ruta.

Existía un cobro del 10 por ciento a las cargas que usan la ruta, dinero destinado a la mantención del camino. “… es tal vez el único pueblo que paga un derecho de peaje que equivale a un 10 por ciento, y que en circunstancias ordinarias sería más que suficiente para mantener en buen estado los caminos que desembocan en nuestro pueblo”, publicaba El Mercurio de Valparaíso en su edición del 30 de marzo de 1846. Es decir, el tema abusivo del actual peaje no es nada nuevo.

Los caminos principales existentes en esos años eran el que iba de Valparaíso a Quillota a través de Viña del Mar, Reñaca Alto y el río Aconcagua hasta San Pedro. El que iba a Limache, Peñablanca, Quilpué y Viña del Mar. Con el norte la comunicación se hacía a través de la Cuesta El Melón, y con Aconcagua, por la Calle Larga, La Calera y luego siguiendo el río.

Hasta antes de 1863 ir a Santiago era una odisea, porque el viaje duraba a lo menos dos días, con una parada en la cuesta La Dormida (llamada así porque los viajeros se quedaban a dormir en ese lugar) donde había alojamiento, comida, prostitución, forraje para animales y muchos otros servicios de viaje.

Nada fue igual después del paso del primer tren, por eso el ferrocarril sigue siendo tan solicitado, porque sus servicios mejoran la vida de las familias.

 

 

 

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