Desde siempre hay jóvenes que buscan salir de sus casas paternas buscando una mejor vida, más oportunidades, más posibilidades de crecer.
Muchos se vienen perseguidos por la terrible pobreza, por la insoportable discriminación religiosa o racial, por los cambios políticos que están dejando a la gente sin un espacio seguro.
Nuestra zona, desde comienzos del siglo pasado y hasta la actualidad, ha venido recibiendo distintas oleadas de emigrantes, que han sido siempre un gran aporte a nuestro desarrollo. Ciudades como Quillota, La Calera, La Cruz, Nogales, Hijuelas, Quintero, Limache, La Ligua, han recibido distintos grupos de árabes, italianos, españoles, judíos, alemanes, japoneses y ahora haitianos, colombianos, peruanos, venezolanos y tantos otros venidos de diferentes países de América y el Caribe.
Las historias de emigrantes siempre están teñidas de pasión y aventura, de coraje y trabajo, por alegrías y tristezas. Dejaron una familia que se quedó triste, se vinieron sin dinero, muchas veces sin el idioma, sin contactos donde llegar, y generalmente, sin la preparación necesaria para enfrentar la nueva vida.
El domingo las familias descendientes de los primeros árabes que llegaron a la zona, celebraron los 90 años de la fundación del “Club Unión Árabe” de Quillota. Una fiesta que reunió a más de 200 personas que compartieron su tradicional comida, sus bailes y su música en una ambiente alegre y familiar. Agradecieron a los árabes que aportaron recursos para la construcción de la sede: Juan Said Kattán, fundador de la fábrica Rayón Said, para comprar el terreno y Jorge Bijit Lamas, para la construcción de la moderna sede actual. También inauguraron una exposición para mostrar el “Muro de Palestina”.
Los primeros emigrantes árabes llegaron a la zona a contar del 1901. Eran jóvenes entre 16 y 25 años, que salieron a buscar fortuna, tratando de “hacerse la América”, como decían al venir por estas latitudes. Juntaron plata para comprar un pasaje de tercera clase, que los trajo en oscuros y húmedos subterráneos de los barcos desde el puerto de Haifa, hasta Marsella, de allí a Buenos Aires en un largo y terrible viaje de 60 días, para ya en Argentina tomar el tren y viajar hasta Mendoza, desde donde a lomo de mula, pagándole a un arriero, cruzaron la cordillera en un viaje que podía durar cuatro o siete días, dependiendo del clima.
Los que llegaron después de 1910, pudieron cruzar la cordillera en el lujoso ferrocarril Trasandino. Además, el tendido ferroviario ya abarcaba desde Iquique a Puerto Montt, lo cual facilitó la expansión de los emigrantes por todo el país.
Está claro que lo que mejor sabían hacer era vender y por eso se dedicaron al comercio ambulante, vendiendo puerta a puerta, tanto en la ciudad como en el campo. Venden a plazo y son los primeros en establecer un sistema de crédito popular para muchas familias que en esa época no podían comprar de otra forma. El idioma les jugaba en contra, ya que no entendían ni una sola palabra, todo era diferente, por eso muchas veces dejaban marcado en el frontis de la casa, la deuda que tenía la “caserita” con ellos y a medida que iba pagando iban borrando sus pequeñas marquitas.
En cerca de 15 años de trabajo duro y sostenido, con mucho ahorro y perseverancia, lograron comprar sus primeras propiedades e instalar su primer mesón del negocio propio. Generalmente compraban uno al lado del otro. Así pasa en Quillota con las calles Prat, Freire y Chacabuco; y así pasa también en Prat y J. J. Pérez en La Calera.
En el caso de Quillota fundaron un club deportivo en 1927 y un club social el 15 de julio de 1928, hace 90 años, para organizarse, ayudarse entre ellos y generar una potente fuerza solidaria, dirigida por las Damas Árabes, que por décadas han ayudado a asilo de ancianos, el hospital y otras instituciones.
La gran herencia de los emigrantes, vigente hasta hoy, son la voluntad para trabajar, la capacidad de ahorro, la buena visión en los negocios y una profunda integración a este Chile que no es su segunda patria, sino su única y querida Patria.