A fin de mes se cumplirán dos años desde el asesinato de Nicole Saavedra, un crimen cuyo motor fue el odio y la intolerancia, rasgos comunes en esta sociedad, especialmente hacia las mal llamadas minorías, a las disidencias, a quienes son diferentes o no se ajustan a los modelos impuestos por el imaginario dominante.
Pienso en ella, en cómo fue encontrado su cuerpo. Imagino sus últimos días a manos de quizás cuantos monstruos -porque sinceramente, no es otra palabra la que se me viene a la mente-, que sin ningún tipo de juicio o empatía, la torturaron por ser mujer y pertenecer a ese grupo que no se amolda, que decide vivir su vida según lo que le dicta su corazón.
Nicole habitaba un cuerpo de mujer, un cuerpo que es educado como débil y frágil, por ende vulnerable. Además, era lesbiana y a su corta edad vivía su existencia sin complejos, sin miedo de decir quién era. No la conocí, pero la impecable sonrisa de sus fotografías me hace sentir que así era.
Sin embargo, esa libertad conquistada a punta de amor propio fue lo que le provocó la muerte y eso es algo que no puede ser indiferente a nadie.
Estamos pasando un momento histórico en la lucha de las mujeres. Años de descontento y dolor, transmitido en un linaje cargado de abusos, está llegando a un punto de explosión. He visto cómo esta actitud firme de decir ¡basta! provoca una molestia enorme en los hombres: sus privilegios peligran y eso más que generar una reflexión, una autocrítica y la voluntad de ser mejores, los hace temer y desesperarse. Quieren seguir sintiéndose con el derecho a decirnos cosas en la calle, con el derecho a abusarnos, violarnos y matarnos.
No sé quién o quiénes la torturaron y la asesinaron, pero sí sé que fue esa rabia de macho la que la mató, que fue otra víctima del patriarcado, fue por su forma de ser, por no ser un cuerpo dispuesto a complacer a un hombre, por no vivir con la cabeza baja callando y aguantando, lo que la sentenció.
Su crimen poco le ha importado a la justicia que no se ha esforzado en encontrar culpables, que espera que quede en el olvido, que cree que asesinar a una mujer –especialmente si es lesbiana- no es importante, y que tal como con María Pía Castro, el caso se cierre en total impunidad.
Esto ya no se puede tolerar. Que quede claro que el dolor no se detiene y que la rabia no se calma. Tal como ha demostrado su familia y las organizaciones que no descansan, su historia se seguirá contando y no se olvidará. Por Nicole y por todas las que ya no están.