El arte de conversar

Publicado el at 5:31 pm
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Roberto Silva Bijit

Una de las mejores demostraciones de la riqueza espiritual que tiene una persona es su capacidad de conversar.

Nada es más entretenido que una buena conversación.

La vida de muchas personas cambiaría con buenas conversaciones con los seres más cercanos, partiendo por la pareja, los hijos, los amigos y amigas, los familiares, los compañeros de trabajo, incluso hasta con los que transitan alguna vez por nuestra vida, ya sea en un viaje, de vacaciones o en alguno de los tantos paraderos de la vida.

He pasado gran parte de mi vida conversando, escuchando y hablando, hablando y escuchando. No sólo me he entretenido bastante, sino que además he aprendido mucho con las conversaciones, con las ideas, con las historias, con las alegrías y las penas expresadas. Ha sido magnífico tener cerca buenas personas para conversar y compartir.

Definitivamente, las grandes conversaciones son con el corazón abierto, como las operaciones de trasplante, tan parecidas que hay un poco de trasplantes de corazones cuando se hacen intensas las conversaciones y los dialogantes se muestran tal como son, sin ambigüedades ni santos tapados, presentándose sin ropas ajenas y sin necesidad de aparentar nada.

Tanto es así, que uno siente -a medida que transcurren las palabras- una especial confianza en el interlocutor. Un entusiasmo por adentrarse cada vez más y con mayor sinceridad en el tema que se conversa.

Lamentablemente, la sociedad actual pareciera que lleva a mucha gente a la soledad, a las “no palabras”, al silencio, al individualismo. Las sopas para uno hacen nata. Cada día sabemos de alguien más que prefiere vivir solo.

Hay quienes me han dicho que conversar está pasado de moda. Creo que no es así, que las conversaciones siempre salvan, que los conversadores duermen mejor que los silenciosos. Que los extrovertidos tienen más oportunidades que los introvertidos.

También hay que saber alejarse de los lateros, que abundan por todas partes; de los floreros, que sólo hablan de ellos mismos; de los vampiros, que se llevan toda nuestra energía; de los lentos y los porfiados, de los que sólo hablan de política y religión; de los que trasmiten enfermedades con sus conversaciones y toda una gama de “anticonversadores”.

La crisis de la conversación se ha producido por la falta de tiempos para compartir. Mucha gente ya no puede almorzar en familia ni sentarse junta a la mesa. Unos salen muy temprano, otros llegan muy tarde. Ponerse de acuerdo en la semana resulta difícil, pero no hay que renunciar a la idea de las sobremesas conversadas, aunque sea solo el fin de semana. Son espacios fundamentales para la familia, así como lo son esos momentos después del trabajo en que podemos compartir con amigos.

Tiempo para escuchar, tiempo para decir, tiempo para entretenerse con los temas que a cada uno le son importantes.

Hay varias reglas básicas del buen conversador: la primera es saber escuchar, la segunda es saber reír y ser rápido, la tercera es hablar sobre lo que uno sabe o domina. Una persona será siempre entretenida hablando de su especialidad, de lo que sabe, de lo que lo apasiona.

El arte de conversar debemos defenderlo y juntarnos para expresarnos, sintiendo que con las palabras podemos mostrar nuestra alma, nuestros valores, nuestros sentimientos y bla, bla, bla…

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