Roberto Silva Bijit
Está por comenzar el nuevo año escolar y nuestras ciudades volverán a sentir ese especial ajetreo de los alumnos, padres y profesores. Nuestros hijos volverán a las salas de clases, esos templos del saber donde las personas pueden cambiar, superarse, ser más que sus padres, romper círculos de pobreza y desigualdad.
En una buena educación están todos los grandes cambios que puede realizar el ser humano, por eso no es menor que nos concentremos en darles a los estudiantes las mejores herramientas para su futuro.
Lo que pasa es que educar ahora no es educar como antes. Las cosas han cambiado y mucho. Revisemos los nuevos desafíos con algunos ejemplos.
Un papá o una mamá tradicional, muchas veces no se manejan en internet, y por lo tanto, deben enfrentarse a un niño que sabe más que ellos, o mejor dicho, sabe buscar respuestas mejor que ellos. Entonces el papel de los padres ya no pasa exactamente por ser el sabelotodo de antes, sino por guiar a su hijo o hija en otros aspectos, ya sea metodológicos, o bien, valóricos. Enseñarle que no se copia, o que se debe respetar el derecho de autor.
Para los profesores los desafíos también son muy complejos. Hay niños que ahora tienen expandidos (como los discos duros) sus conocimientos. Saben de todo más, conocen opiniones críticas y las expresan con la misma libertad que ellos las han visto en internet, esta gran red sin dueño ni tutor general, donde cualquiera puede decir lo que se le ocurre.
Quizá si el gran cambio que está produciendo la tecnología digital de internet es que los conocimientos del hombre se multiplicarán a niveles insospechados, porque ahora es muy fácil intercambiar esos conocimientos.
Ya hay una especie de explosión del saber, cada vez que los que saben de algo en toda la tierra se pueden juntar sin salir de sus casas, pueden conversar e intercambiar ideas. Eso es simplemente una revolución del conocimiento que está teniendo impensables resultados para todos.
En ese mundo se mueven los profesores, que son de otra generación a la de los niños, debiendo enfrentar con muchas dificultades los nuevos diálogos en la sala de clases. Por eso es tan bueno que se les reconozca sus esfuerzos por ser mejores, sus cursos de capacitación, su irrenunciable vocación y su capacidad para hacer clases en estos tiempos.
Pensemos por ejemplo, en un alumno rural, que gracias a los programas gubernamentales, tiene una red de información mundial mediante internet. Ese mismo niño vive aislado en una pequeña comunidad campesina, donde mucha gente que lo rodea no conoce ni Santiago. Mientras tanto, él puede haber visitado Nueva York o el museo del Louvre en forma virtual, además de tener casi infinita información sobre todo lo que se le pueda ocurrir.
No es fácil el tiempo que les tocó a los actuales profesores, especialmente, si pensamos que ellos hoy día han asumido una serie de responsabilidades que los padres se han visto obligados a dejar por ir a trabajar.
Los tiempos nuevos, más convulsionados, más rápidos, más intensos, lo único que hacen en el marco de la educación, es fortalecer la irreemplazable figura del maestro.