En estos días de Semana Santa hay muchas reflexiones pendientes sobre la iglesia católica. Una de ellas es la forma en que se tratan los temas de abusos sexuales en contra de menores por parte de religiosos.
Todo abuso es condenable, el abuso de un religioso es más condenable por su condición. Y todavía es más grave porque es en contra de un menor de edad.
Aclarado ese punto, quiero preguntarme en voz alta respecto de la proporción de los buenos religiosos versus los malos religiosos. La proporción de los miles y miles de jóvenes que se han sentido beneficiados con la enseñanza de religiosos, versus los que han sido afectados por sus abusos.
No se trata de que porque sean pocos los abusos dejan de ser abusos. Jamás sostendríamos eso. Lo que quiero decir es que lamentablemente solo se destacan los momentos negros y hay un olvido de los momentos buenos.
El tema de los abusos de algunos hermanos maristas en contra de algunos alumnos, se topa con cientos de hermanos maristas que han contribuido a una excelente educación de miles de alumnos.
Ambas situaciones son verdaderas. No es justo que cuando se habla de abusos no se hable también de los no abusados.
Estudié mis doce años de colegio en el Instituto Rafael Ariztía de los Hermanos Maristas y nunca ninguno de ellos me manoseó o me acosó sexualmente, muy por el contrario, fueron fundamentales en mi formación como hombre y como ciudadano interesado en la comunidad en que vivo.
Los malos ejemplos de curas y monjas se multiplican por un millón, porque sus acciones son sumamente graves, debido a que son formadores de la moralidad de las personas, además de constituir un ejemplo de vida al servicio de los demás, basada en el mensaje del Evangelio, por eso las faltas de ellos resultan más graves todavía.
Pero mi conclusión es que hay miles que nos educamos sin problemas y eternamente agradecidos de los infinitos desvelos que tuvieron para hacernos mejores.
En estos días en que estamos bombardeados con denuncias en que religiosos han abusado sexualmente de menores durante su estadía en colegios católicos, se hace necesario establecer un cuadro comparativo entre todos los que cumplen y los pocos que no cumplen. Son muchos más los que han dejado una huella de amor y servicio, que los que han destruido a estudiantes con sus conductas impropias.
Somos muchos más los que seguiremos agradeciendo los valores y enseñanzas que nos inculcaron, que los que con toda razón y ánimo de justicia, han denunciado abusos. Somos muchos más los que no fuimos manoseados. Somos muchos más los que hemos permanecido en el tiempo con un buen recuerdo de nuestros profesores religiosos. Somos muchos más los que hemos colocado en esos mismos colegios a nuestros hijos.
En todo caso las faltas no se contabilizan por cantidad. Basta con una para que sea condenable. Lo peor de todo es la forma en que la Iglesia Católica ha reaccionado. Por mucho tiempo a los curas abusadores sexuales los sacaron del país, pero además, han tratado de vendernos la idea de una especie de “ley aparte” que tendrían ellos, evitando de ese modo, enfrentar a la justicia ordinaria, que es la única competente para sentenciar sobre los daños causados a los menores abusados. No denunciar a tiempo lo que se sabe también es una falta grave.
Conozco también a muchos sacerdotes, hermanos maristas o religiosas que colgaron sus hábitos por abrazar el amor humano, el amor de un hombre o una mujer, para formar una familia y amarse sin ese difícil voto de castidad. Seres humanos débiles y fuertes, seres humanos capaces de amar, que en algún momento de la vida cambiaron a la Virgen o Jesús por una pareja a la que aman con el mismo fervor que amaron a sus seres divinos.
Y así como en este tema, también en el de las drogas o en el de los robos, somos millones los que hemos vivido una vida normal, sin embargo, los que aparecen en los medios, los que asombran con sus actos y fechorías son unos pocos, que no representan a la gran mayoría de los chilenos.