Por Roberto Silva Bijit
Fundador Diario “El Observador”
Vivimos rodeados de pequeños productores agrícolas, que siembran o plantan diversos tipos de hortalizas durante todo el año. Gracias a ellos tenemos alimentos sanos y frescos en nuestras casas.
Hay varias formas de comprarlos y esas distintas formas generan también distintos precios.
Una lechuga puede variar entre 500 pesos a mil pesos por unidad. Los analistas aseguran que cuando uno compra una lechuga en 500 pesos, el productor, el agricultor, el que hizo todo el trabajo para criar la plantita, se lleva apenas poco más de 100 pesos, es decir, un cuarto del valor total en que el producto es vendido.
Diferenciemos cuatro formas de comprar una hortaliza. Una feria pequeña, una feria mayorista, una verdulería y un supermercado.
En la feria pequeña lo que vemos es un señor que tiene apiladas las lechugas, por ejemplo, con un precio relativamente bajo, porque no entrega boleta y generalmente no sabe quién es el productor, porque a él se la vendió un transportista, aunque a veces también las compra directamente al productor.
En el caso de una feria mayorista pasa más o menos lo mismo, pero la diferencia es que a veces, el productor vende directamente en su local o desde su camión, con lo cual sabe la procedencia del producto.
En el caso de una verdulería el precio de la lechuga puede ser muy conveniente, porque compra al productor o al camión, pero sabe de dónde vienen sus hortalizas y vende con IVA. El precio resulta un promedio de todo.
Cuando Usted compra una verdura en el supermercado, paga el mayor valor del mercado, porque ha dicho establecimiento se le exigen muchas condiciones (muchas veces son ellos los que se lo exigen a sí mismos) como por ejemplo: un envase con información, una garantía sanitaria, una fecha de vencimiento, el origen del producto. Ahí pagan IVA y le cobran un valor especial al productor por repartir sus verduras entre todos los supermercados de la cadena. Aunque es el producto más caro puede ser también el producto más seguro, gracias a la información del envase.
Si observamos la venta de hortalizas, el principal envase son las cajas de cartón en que llegan a Chile los plátanos. Cambiar ese sistema significaría entregar al consumidor la información indispensable para una buena comercialización.
Hay que hacer un esfuerzo para salir del subdesarrollo y entregar las hortalizas en los envases apropiados. Clasificar los productos por categoría (primera o segunda). Certificar sus sistemas de riego y uso de pesticidas, así como la eliminación de posibles bacterias. Tener trazabilidad, es decir, poder identificar el lote y la semana a la que pertenece, por lo tanto, si hay un problema se puede reclamar y obtener una respuesta adecuada.
Si la lechuga sale de un envase plástico que la envuelve y tiene impreso toda la información necesaria, será posible reclamar frente a un problema, pero si sale de una caja de plátanos, nunca sabremos de donde vino la hortaliza.
El Estado, a través de Indap y SAG deben intensificar su ayuda a este sector de la agricultura alimentaria de Chile, especialmente a los de nuestra región, verdaderos Quijotes de nuestro campo.
En verdad, debemos cuidar a nuestros hortaliceros, que nos siguen entregando alimentos sanos e indispensables para una buena dieta. Las ciudades avanzan y ellos con sus campos ordenados de líneas de plantación, siguen defendiendo lo que nos va quedando de agrícola en nuestras comunas.
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