Pasan los meses y la destrucción de nuestros fértiles campos avanza con la misma libertad que la histórica sequía que nos ahoga desde hace décadas, a pesar de las pocas lluvias. Los expertos hablan del avance de la desertificación, lo que sumado al evidente cambio climático, sigue pesando en nuestra agricultura.
El ministro de Agricultura, Antonio Walker, ha reiterado que el consumo humano de agua siempre será primero, y por su parte, Esval ha dicho que ese consumo está garantizado, pero la disputa entre minería y agricultura crece. Los problemas para la construcción del esperado embalse de Catemu se mantienen.
La sequía es compleja. A grandes males grandes remedios.
La superficie de paltos ha disminuido en un 15% en los últimos cinco años, pero tal vez la cifra todavía es incorrecta y es posible que en la realidad tengamos un 20% menos de paltos, porque han sido arrancados. Dos tercios de esa cantidad de hectáreas corresponden a las comunas de La Ligua, Cabildo y Petorca. Más allá del actual precio de la palta, sin agua los árboles no pueden vivir.
Los datos provienen del catastro del Centro de Información de Recursos Naturales (Ciren) realizado en el 2013 por encargo de la Oficina de Planificación Agrícola. Los datos duros son que de 50.800 hectáreas de paltos que había en nuestra región, ahora quedan cerca de 47 mil. Hay 3 mil 781 hectáreas menos, muchas de las cuales ni siquiera han sido reemplazadas por otro cultivo, sino simplemente abandonadas por falta de agua.
En el total de la producción de frutales (principalmente paltas y uva de mesa), la baja en los últimos cinco años asciende a un 7,4%, debido principalmente a dos factores claves: la despiadada y prolongada sequía, sumada a la falta de mano de obra, que ha preferido los centros mineros de nuestra región.
La disputa del agua y la mano de obra entre las faenas mineras (Nogales, El Melón, Ventanas, Catemu y Los Andes) y las actividades agrícolas, hace rato que se ha transformado en un agudo problema para la producción de alimentos.
Sin embargo, frente a la angustiosa situación los productores agrícolas han buscado enfrentar la crisis aumentando el número de hectáreas plantadas de nogales, que tiene un alza del 71% en nuestra región. También crecieron las plantaciones de almendros. Ese crecimiento se explica porque ambos frutos secos requieren menos agua y menos mano de obra.
También debido a la sequía, en los últimos cinco años los productores de la zona eliminaron cerca de mil hectáreas de limones y 321 de naranjos, que tienen un buen mercado interno y un complicado mercado externo. Sin embargo, se volvió a dar una constante en los cítricos: el crecimiento de las hectáreas plantadas de mandarinas, que hoy suman más de mil, con un incremento en cinco años del 52%. En el mismo período bajaron las hectáreas plantadas de chirimoyos en un 30%, de lúcumos en un 15%, arándanos en un 30%, níspero un 10% y caqui un 36%. La gran alza la tienen los granados, que aumentaron en un 633% la superficie plantada.
A esa mirada de alzas y bajas en nuestras plantaciones de frutales hay que agregar que la única forma para combatir en forma definitiva la sequía es con pequeños y medianos embalses y con muchos acumuladores de agua, que garanticen a los productores que no se verán en la obligación de arrancar sus árboles por la falta de agua, esa misma que vemos pasar en dirección al mar, sin que ya nadie pueda aprovecharla.
Desde hace 50 años que los gobiernos están en deuda con los embalses para nuestra región, (con la sola excepción de Chacrillas) creemos que ha llegado la hora de ponerle fin a la insolente respuesta que el poder central le ha dado a nuestra angustiada espera.